A
quien seguir, a quien creerle
Supongamos
preguntas dirigidas a alguien quien responda aplacando la intranquilidad que
nos atraviesa. Que aliviador seria encontrar una sentencia taxativa sobre la
verdad de las cuestiones que producen sufrimiento.
En
estos tiempos, en el transcurrir de los días, en aislamiento, surge la
necesidad de la certeza sobre un saber. Saber sobre un virus nuevo, bastante
simpático cuando lo dibujan pero malísimo cuando se lo contrae. Saber sobre qué
limpiar y con qué, o cómo protegerse. Saber cuándo y cómo atender las demandas
de los sujetos en análisis. Saber, que improvisamos en adiestramientos acelerados para utilizar
medios tecnológicos y remotos de comunicación. Sumando aprendizajes, dejamos atrás al terruño que habitábamos,
arribando a otra realidad, donde brota la proliferación de formulación de
teorías, protocolos de seguimientos, o cambios del lenguaje al nombrar objetos,
situaciones.
En
las redes sociales, a quien seguir es un artilugio de enlaces entre usuarios
que se ofrecen, para que uno con solo cliquear decida si esa persona visible en
la foto subida como perfil, es alguien que quizás conozca y desde el momento
que acepta una solicitud, pasamos a establecer contacto. Una nueva red social
liga el encuentro con otro: contacto, amigos, conocidos, seguidores, variedad
de reuniones, curiosos.
Pienso,
durante la pandemia, en ciertas
particularidades de las relaciones humanas,
en las mixturas compuestas de soledad, persona, imagen persona- foto,
miedos, pantalla-voz, comentarios, memes. En cómo se sumergen allí donde se
difumina quien es el otro, detrás de aparentar contactos sin que nada se
pierda.
Al
seguir las redes creemos aproximarnos a quien es el que opina o postea esa
imagen, cuáles son sus comentarios, si estará de acuerdo o no, por qué apoyaría
ese movimiento social, que escribe en su muro y que dice cuando comenta, como
se muestra en la foto subida, que
lugares visita, porque sigue a determinados famosos o cuáles son sus grupos de pertenencia.
Figuras del perfil, virtualidad en la cual proliferan las imágenes al compas de
las palabras.
Cuando
leemos se produce una superposición entre el autor, quien escribe, una persona,
pero para creer el argumento se necesita pensar, rastrear sobre lo narrado, lo que sucede, los personajes caracterizados,
los conflictos o si pudieran suceder de otras maneras. La palabra se desplaza
hacia recorridos, figurando múltiples
tramas. Diferentes ficciones, en las
redes, en la literatura, en las series que vemos quedándonos en casa. Ficciones
que acompañan la construcción de realidades a veces pintorescas, gratificantes,
con versiones editadas, sin los rastros del malestar que se empeñan en
incrustarse en el cuerpo, en los gestos, en nuestros pensamientos, en las
palabras. Aparece el sentimiento que no engaña, en lo que no puede plasmarse en
fotografía, ni se comparte como comentario, en la turbulencia de explicaciones
que recomiendan sobre que hay que hacer en esta situación, en las variadas
opciones para informarnos.
La
capacidad de construir una ficción, ingresaría en la posibilidad para
despegarse de lo imposible de explicar porque no todo se responde, y en estas
envolturas intentamos arrojar preguntas o incorporar creencias dentro de la
complejidad del pensamiento, cuando alcanza.
Julián
Barnes comienza su novela, La Única
Historia, con planteos irresolubles ¿Preferirías amar más y sufrir más o amar
menos y sufrir menos? Creo que, en definitiva, esa es la única cuestión.
Pero no consistirían en eso, únicas cuestiones, ni la vida humana, ni las
posibilidades del análisis.
Como
si hubiera únicas historias de vida, o como si alguien, noticias en internet,
laboratorios, líderes mundiales, religiosos, dirigentes, videntes, filósofos
,científicos, supiera responder sobre cómo se siente amor, o como vivir amando
o sufriendo. En el medio del exceso de presencias en los contactos
tecnológicos, y dispositivos que nos acercan a los otros, a nuestra escucha
analítica.
Experiencia
enigmática la de continuar analizando en este tiempo, rompiendo con escenarios
conocidos hasta ahora, para montar en
espejos negros , el encuentro con el otro, escuchar a alguien, sujeto del inconsciente, a través
del contacto disponible en transferencia. Momentos en los que no alcanzan los
supuestos saberes acerca de los dispositivos actuales, o de los supuestos
efectos pronosticados en catálogos de psicopatologías o estilos de vida en
transformación. Y continuamos ofreciendo un lugar subjetivante.
Entonces
como si fuera poco, la incertidumbre
promueve nuestra tarea analítica. Un
poco de coraje precisamos para seguir trabajando, casi desafiando preguntas, en
un atrevimiento para respuestas, nos
cruzamos entre análisis antes y ahora, con el encuadre interno del analista
como para tolerar la movilidad de los cambios.
Abundan
los no saberes. Estas son condiciones que nos asemejan en tanto analistas,
entre quienes iniciamos la tarea, analistas en formación, y aquellos que llevan
larga trayectoria clínica y teórica, en la transmisión del psicoanálisis. Como
propone Facebook, Me Gusta y ahora agrega el Me Importa, voy a clickear por un
espacio psicoanalítico, en la clínica, en las instituciones y en la comunidad, donde habitemos en las diferencias y
conservemos márgenes de lo que no se sabe, de lo nuevo por venir.
Ensayando
sobre la clínica actual, en la continuidad del psicoanálisis, atravesando las
pantallas y sosteniendo la escucha, intrépidamente juego a responder
¿A
quién seguir? al inconsciente.
¿A
quién creerle? al sufrimiento.
En
transferencia con quienes nos preceden, psicoanalistas fundadores, maestros,
pero construyendo nuevos pensamientos a partir de la demanda en la clínica
actual. Creer y seguir practicando un
trabajo esencial, de analistas.
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