viernes, 26 de junio de 2020

A quien seguir, a quien creerle por Verónica Vigliano


A quien seguir, a quien creerle

Supongamos preguntas dirigidas a alguien quien responda aplacando la intranquilidad que nos atraviesa. Que aliviador seria encontrar una sentencia taxativa sobre la verdad de las cuestiones que producen sufrimiento.  

En estos tiempos, en el transcurrir de los días, en aislamiento, surge la necesidad de la certeza sobre un saber. Saber sobre un virus nuevo, bastante simpático cuando lo dibujan pero malísimo cuando se lo contrae. Saber sobre qué limpiar y con qué, o cómo protegerse. Saber cuándo y cómo atender las demandas de los sujetos en análisis. Saber, que improvisamos  en adiestramientos acelerados para utilizar medios tecnológicos y remotos de comunicación. Sumando aprendizajes,  dejamos atrás al terruño que habitábamos, arribando a otra realidad, donde brota la proliferación de formulación de teorías, protocolos de seguimientos, o cambios del lenguaje al nombrar objetos, situaciones. 

En las redes sociales, a quien seguir es un artilugio de enlaces entre usuarios que se ofrecen, para que uno con solo cliquear decida si esa persona visible en la foto subida como perfil, es alguien que quizás conozca y desde el momento que acepta una solicitud, pasamos a establecer contacto. Una nueva red social liga el encuentro con otro: contacto, amigos, conocidos, seguidores, variedad de reuniones, curiosos.

Pienso, durante la pandemia,  en ciertas particularidades de las relaciones humanas,  en las mixturas compuestas de soledad, persona, imagen persona- foto, miedos, pantalla-voz, comentarios, memes. En cómo se sumergen allí donde se difumina quien es el otro, detrás de aparentar contactos sin que nada se pierda.

Al seguir las redes creemos aproximarnos a quien es el que opina o postea esa imagen, cuáles son sus comentarios, si estará de acuerdo o no, por qué apoyaría ese movimiento social, que escribe en su muro y que dice cuando comenta, como se muestra en la foto subida,  que lugares visita, porque sigue a determinados famosos  o cuáles son sus grupos de pertenencia. Figuras del perfil,  virtualidad  en la cual proliferan las imágenes al compas de las palabras.

Cuando leemos se produce una superposición entre el autor, quien escribe, una persona, pero para creer el argumento se necesita pensar,  rastrear sobre lo narrado,  lo que sucede, los personajes caracterizados, los conflictos o si pudieran suceder de otras maneras. La palabra se desplaza hacia  recorridos, figurando múltiples tramas. Diferentes ficciones, en  las redes, en la literatura, en las series que vemos quedándonos en casa. Ficciones que acompañan la construcción de realidades a veces pintorescas, gratificantes, con versiones editadas, sin los rastros del malestar que se empeñan en incrustarse en el cuerpo, en los gestos, en nuestros pensamientos, en las palabras. Aparece el sentimiento que no engaña, en lo que no puede plasmarse en fotografía, ni se comparte como comentario, en la turbulencia de explicaciones que recomiendan sobre que hay que hacer en esta situación, en las variadas opciones para informarnos.

La capacidad de construir una ficción, ingresaría en la posibilidad para despegarse de lo imposible de explicar porque no todo se responde, y en estas envolturas intentamos arrojar preguntas o incorporar creencias dentro de la complejidad del pensamiento, cuando alcanza.

Julián Barnes comienza su novela, La Única Historia,  con planteos irresolubles ¿Preferirías amar más y sufrir más o amar menos y sufrir menos? Creo que, en definitiva, esa es la única cuestión. Pero no consistirían en eso, únicas cuestiones, ni la vida humana, ni las posibilidades del análisis.

Como si hubiera únicas historias de vida, o como si alguien, noticias en internet, laboratorios, líderes mundiales, religiosos, dirigentes, videntes, filósofos ,científicos, supiera responder sobre cómo se siente amor, o como vivir amando o sufriendo. En el medio del exceso de presencias en los contactos tecnológicos, y dispositivos que nos acercan a los otros, a nuestra escucha analítica.

Experiencia enigmática la de continuar analizando en este tiempo, rompiendo con escenarios conocidos hasta ahora,  para montar en espejos negros , el encuentro con el otro, escuchar  a alguien, sujeto del inconsciente, a través del contacto disponible en transferencia. Momentos en los que no alcanzan los supuestos saberes acerca de los dispositivos actuales, o de los supuestos efectos pronosticados en catálogos de psicopatologías o estilos de vida en transformación. Y continuamos ofreciendo un lugar subjetivante. 

Entonces como si fuera poco,  la incertidumbre promueve  nuestra tarea analítica. Un poco de coraje precisamos para seguir trabajando, casi desafiando preguntas, en un atrevimiento para  respuestas, nos cruzamos entre análisis antes y ahora, con el encuadre interno del analista como para tolerar la movilidad de los cambios.
Abundan los no saberes. Estas son condiciones que nos asemejan en tanto analistas, entre quienes  iniciamos la tarea,  analistas en formación, y aquellos que llevan larga trayectoria clínica y teórica, en la transmisión del psicoanálisis. Como propone Facebook, Me Gusta y ahora agrega el Me Importa, voy a clickear por un espacio psicoanalítico, en la clínica, en las instituciones y en la comunidad,  donde habitemos en las diferencias y conservemos márgenes de lo que no se sabe, de lo nuevo por venir.

Ensayando sobre la clínica actual, en la continuidad del psicoanálisis, atravesando las pantallas y sosteniendo la escucha, intrépidamente juego a responder

¿A quién seguir? al inconsciente.

¿A quién creerle? al sufrimiento.

En transferencia con quienes nos preceden, psicoanalistas fundadores, maestros, pero construyendo nuevos pensamientos a partir de la demanda en la clínica actual.  Creer y seguir practicando un trabajo esencial, de analistas. 

Verónica Vigliano - Analista en formación en el Instituto de Formación de la Asociación Psicoanalítica de Córdoba

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