Encierros.
Por María Cristina Oleaga1
Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo
miran
y después cantan.
(…)
“La Jaula”, Alejandra Pizarnik
La peste bubónica, siglos XII a XIV: encierro y
aislamiento
“Durante la Peste Bubónica, los médicos usaban máscaras con apariencia de
cabezas de aves para evitar el contagio. Llenaban el pico con especias y
pétalos de rosas para no sentir el olor de los cuerpos que se pudrían. Una
teoría de la época era que la plaga estaba causada por espíritus malignos. Para
ahuyentarlos, se diseñaban esas máscaras intencionalmente con apariencia
atemorizan- te.” Así describen, en un
sitio histórico de Edimburgo2, a los médicos que visitaban a los
contagiados. ¿Acaso no hay hoy versiones acerca de espíritus malignos que podrían haber fabricado e implantado el
virus, hoy en Wuhan, para utilizarlo como arma económica? No sabemos si es así.
Sí sabemos que somos buscadores de algún sentido que dé consistencia a nuestra
fragilidad.
Los médicos medievales también vestían largas túnicas protectoras
confeccionadas con cuero de cabra, así como guantes del mismo material.
Asimismo, llevaban una varilla para mantener distancia- miento con los contagiados. El equipo sanitario viste
hoy, como extraños astronautas, unos trajes de seguridad que ocultan sus
rostros y nos recuerdan a los de los médicos durante la peste. Los motivos,
desde luego, no provienen del pensamiento mágico sino del saber científico.
Unos y otros provocan extrañeza y temor.
Una teoría más avanzada, siglo XVII, acerca de la peste ubicaba su causa
en los miasmas3, de modo
que las viviendas de los enfermos se fumigaban con sustancias perfumadas. Sin
que se conociera el modo de propagación -en medio de ciudades sin agua
corriente ni cloacas, en las que todos los desechos se eliminaban por las ventanas
hacia las callejas cada noche al grito de “¡Agua va!”- algo en relación con la
higiene les daba una pista. Estos recursos se acompañaban con una enérgica cuarentena que mantenía en aislamiento a los que se contagiaban,
incluso muchas veces hasta su muerte. Así, para los más pobres que vivían
hacinados, se construyeron, en Escocia por ejemplo, chozas alejadas de la
ciudad en las que
se los mantenía en estricto encierro aunque se les brindaba alimento y
visitas de salud.
La muerte, sin embargo, era el final más frecuente. Fue recién en el
siglo XIX cuando se pudo aislar a la pulga de la rata negra como el transmisor
de la peste. Había muerto un tercio o más de la población de Europa de aquellos
siglos en que las ratas vivían entre la gente.
Sin duda hoy las condiciones no son comparables, salvo en cuanto a las medidas que podemos tomar para obtener
cierta seguridad. Se ha descripto al virus (SARS-CoV-2) como real sin ley que,
por ello, nos deja sin recursos. Sin embargo, el virus tiene leyes, las que
operan en la naturaleza -desconocidas por ahora- y los científicos están
trabajando para descubrirlas y, así, encontrar remedios y vacunas que prevengan
la enfermedad (COVID-19). Lo real sin ley es el real propiamente humano, el
fuera de sentido. Mientras no sepamos ni cómo funciona, ni cómo prevenir o
curar sus efectos, se instala -frente al virus- un fuera de sentido, la
sensación de estar dentro de una película distópica. Prima la incertidumbre. El
afuera peligroso despierta fantasmas, donadores de sentidos menos vacilantes.
Los hay de todo tipo, en su mayoría persecutoria, angustiante. Ni siquiera el
adentro ofrece garantías: no hay que enfermar ni accidentarse para no tener que
recurrir a esos lugares peli- grosos en los que, nos avisan, los contagiados
que mueren están solos. La cotidianeidad -el automaton- la rutina habitual, se
ve trastocada por el azar impredecible -la tyche- súbito y contingente. El
contagio, a pesar de toda precaución, puede producirse. Aparecen
comportamientos solidarios la amenaza nos hermana- y de los otros -movidos por
la desesperación- frente al desamparo provoca do por un peligro incierto. Del
aplauso a los que van al frente, el equipo de salud, a echarlos del edificio o
agredirlos físicamente parece haber un solo paso: es el miedo al contagio, que
vuelve lobo al cordero, quien puede estigmatizar incluso a su cuidador. Para
todos, higiene, encierro y aislamiento son la única posibilidad de alguna
protección.
En Psicoanálisis, a pesar de los rasgos generales que acabo de dibujar,
apuntamos a lo singular, al modo en que se tramita en este caso, para cada
quien, esta cuarentena. Sorprende el encontrar, de este modo, las respuestas
más variadas: desde la total prescindencia de quien está tan preocupado por sus
pérdidas económicas que actúa como si esa fuese la única amenaza- hasta el
pánico -del que se representa tan vulnerable que cualquier mínima modificación
de su cuerpo lo hace sentirse contagiado- pasando por algunos que encuentran un
gran bienestar al no tener que enfrentar la calle o al descubrir lo nuevo en
actividades o en vínculos, sin olvidar a
los que encuentran que los lazos más cercanos estallan en la convivencia
prolongada. Hay quienes encuentran refugio e ilusión de seguridad y certeza en
el cumplimiento de los protocolos y hay los que sienten que con ellos se vulnera
su independencia por no poder disponer de lo que se les ocurra ni hacer, a su
manera, cada cosa.
No es casual, si tenemos presente la irrupción de sinsentido que conlleva
la pandemia, que la religiosidad -en todas sus expresiones- encuentre eco en
los sujetos. La religiosidad es dadora de sentido, aunque éste sea colectivo.
Asistimos, los que trabajamos con estos agrupamientos, al florecimiento de
grupos de riesgo, mal llamados sectas, cuya especialidad es la de dar sentido,
supuesto amparo y cumplimiento de expectativas varias: crecimiento espiritual o
material, vida saludable, curaciones mágicas y mucho más. También en encierro y
aislamiento, gracias a la implementación de mecanismos de manipulación
psicológica, se cumple la captación de adeptos y su separación de los ámbitos
de origen.
Como otra lente, indulgente, entre las respuestas variadas a los cambios
inéditos de vida aparece el humor que circula saludable- mente por las redes
sociales. Es ya el dato que podemos festejar, habla de una posibilidad de
elaboración, la que nos permite reírnos de nosotros mismos, Podemos seguir
encontrando particularidades, ellas reflejan que los encierros son múltiples,
hay tantos como los escenarios que plantean los fantasmas.
Nosotros analistas, que podemos seguir trabajando aunque no de modo
presencial, escuchamos toda esa variedad e intervenimos conteniendo a los
angustiados y, también, operamos con los que incluso en cuarentena pueden hacer
el camino que venían dibujan- do previamente en sus análisis. Es la
peculiaridad del Psicoanálisis atender a lo más íntimo. Por el contrario, los
medios difunden estereotipos acerca de los modos en que el encierro afecta a
los sujetos y dan supuestas recetas acerca del modo de conjurar esos males. Lo
hacen tan enfáticamente que convocan a su público a comparecer fantasmáticamente
allí donde los ubican: trastornados, deprimidos, ansiosos por salir, insomnes y
así. Esta promoción llega a definir males irreparables que afectarían a los
niños, a menos que se los deje, al menos, caminar algunas cuadras con alguno de
sus padres. Si nos detenemos a pensarlo, es un disparate. Califican de
traumático al encierro, con los padres, en su casa. Desde luego, no se están
refiriendo a los chicos que no tienen casa y, en algunos casos, tampoco padres.
Que todo esté circunscripto a una clase media encerrada dice bastante acerca
del discurso mediático.
El Psicoanálisis no define al trauma desde fuera del sujeto, por la
calidad o la contundencia del acontecimiento, sino desde la posibilidad o no de
su tramitación. En el caso que nos ocupa, los niños en cuarentena, mucho
dependerá de sus condiciones previas y -sobre todo para los más pequeños- de la
posición de los adultos que los acompañen. El salir a dar una vuelta con sus
padres, sin interacción con pares, sin salida del ambiente en el que transcurre
su cuarentena, no determinará cambios significativos. Tramitar estímulos que
podrían resultar traumáticos implica incluir su incidencia en un mundo de
palabras, ligar esos contenidos y expresar los afectos que susciten.
Pronosticar futuras catástrofes irreparables es desconocer el modo en que
funciona el psiquismo infantil, su capacidad imaginativa y creativa, siempre
que esos recursos no se vean aplastados por el uso indiscriminado de tecnología
ni se encuentren empobrecidos por vínculos desamorados o perversos. En estos
casos límite, una vuelta manzana nada podría resolver.
Freud, en El Malestar en la Cultura, describe una relación inversa entre
dicha y seguridad. Hemos entregado, al someternos a las leyes de la
civilización, una porción de libertad -en la vida pulsional- para obtener
cierta seguridad4. Es cierto que los discursos que avanzan sobre las libertades
frecuentemente dicen hacerlo en nombre de alguna seguridad y, sin embargo,
pueden virar insidiosamente hacia el control y el autoritarismo. Hemos
conocido, en el suburbio bonaerense, episodios de ensañamiento y represión policial,
que -si bien se dan frecuentemente contra clases excluidas, llegando al crimen
por gatillo fácil - dan cuenta de un Estado que, en esta cuarentena, desliza
desde el cuidado hacia el autoritarismo feroz. En el caso de la cuarentena por
el COVID 19, los protocolos y las restricciones que la acompañan se enmarcan en
lo poco que se conoce del virus. Hay un límite impreciso y peligroso entre la
seguridad relativa que brindan y las amenazas que comporta este nuevo estado
social.
Es cierto que la pandemia ha puesto al descubierto un estado des-
compuesto del capitalismo del que muy bien se han ocupado varios autores, entre
ellos Bifo Berardi quien alienta a resistir el retorno a esa normalidad
anómala. No sabemos si asistimos a una bisagra, no sabemos si la crisis dará
lugar a una resistencia y a algo nuevo. Por ahora, sin embargo, no hay
alternativa: encierro, protocolos de higiene y aislamiento son imprescindibles
también contra esta nueva peste, aun cuando nada implique garantía.
1 María Cristina Oleaga es Licenciada en Psicología - Universidad de Buenos Aires. Formación de Posgrado: CIAP, Simposio del Campo Freudiano, Escuela de la Orientación Lacaniana. Miembro del staff de El Psicoanalítico. Trabajo institucional y privado en clínica psicoanalítica desde 1975. mcoleaga@elpsicoanalitico.com.ar
2 The Real Mary King's Cloose
3 Los miasmas, un descubrimiento importante para la epidemiología, eran el conjunto de emanaciones fétidas -tanto de los cuerpos enfermos como de los suelos y aguas impuras- que se suponían causa de enfermedad.
4 Freud, Sigmund. Obras Completas, Tomo XXI, El malestar en la cultura, Amorrortu Editores, Argentina, Pcia. de Buenos Aires, 1986. Pág. 112