jueves, 19 de noviembre de 2020

Arrogancia y Estupidez en los tiempos de la Pandemia por Dra. Hilda Catz PhD

 “Nos gusta pensar que nuestras ideas son una propiedad personal,

pero a menos que hagamos nuestro aporte en beneficio del resto del grupo,

no es posible movilizar la sabiduría colectiva que podría impulsar

 el progreso y el desarrollo”

Bion(1975)(p.112).

 

 

Introducción

Me propongo en este trabajo intentar hallar en algunos de los  aportes de Bion,  quien posee la experiencia de haber participado  tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial, elementos que nos ofrezcan la oportunidad de transformar en pensamientos la crisis civilizatoria darwiniana del siglo XXI que estamos atravesando.


Nos hallamos ante la peste de la abundancia de informaciones  y la literalidad de los acontecimientos que alimentan una curiosidad voraz al servicio de  la arrogancia y la estupidez, que consideraré desde la perspectiva de la conceptualización de Bion (1957-59), en el sentido de que  no promueven el conocimiento sino, al contrario, su negación y desmentida.


Pudimos observar este fenómeno en todos los ámbitos, del político al científico, en los comienzos de esta Pandemia, donde algunos se atribuyeron la arrogancia de las certezas sobre algo desconocido, la omnipotencia y su inevitable consecuencia en la estupidez de las declaraciones y discursos que escuchamos.  En efecto, aparecen en referencias dispersas y alejadas unas de otras, en el discurso, y evidencian la prevalencia de aspectos psicóticos de la personalidad velados que evidencian un desastre psicológico.


Como dice Gluksmann (1981) “Si la estupidez no se diera aires de inteligencia, no engañaría a nadie, y la vanidad de sus comedias quedaría sin consecuencias” Pero tuvo trágicas consecuencias.

 

Desarrollo


Estamos ante una catástrofe, palabra que deriva del griego katastrophe de dimensiones insospechadas y, podría decirse, sin precedentes, que permitan contener la fuerza devastadora de sus consecuencias.


Bion (1970) trabajó mucho estos conceptos, y decía que cuando un hecho nuevo se acerca a la mente de un individuo, un grupo, un pueblo o de un estado se aproxima una Catástrofe o un  Cambio Catastrófico, que podría llegar a ser un cambio en el sentido de la evolución si ese hecho puede ser albergado para que evolucione como crecimiento mental.


En épocas de la Peste como la que estamos viviendo, la posibilidad de transformar la Catástrofe en un Cambio catastrófico habilita la perspectiva de la esperanza, como decía Pichon Riviere (1971) “en tiempos de incertidumbre y desesperanza es imprescindible gestar proyectos colectivos desde donde planificar la esperanza junto a otros”. Es necesario resistir y soportar la turbulencia, la violencia física y psíquica que implica la subversión de los valores de lo ya conocido que arrastra esta especie de Tsunami viral, y no desmentir ni desconocer sus trágicas consecuencias. Bion (1994) nos decía que hay dos cosas de las que un analista no puede  olvidarse: “la sociedad en que vive y lo obvio o sea  el sentido común” (p. 42).


Esta apocalíptica pandemia de coronavirus nos ubica frente a nuestra vulnerabilidad,  el miedo, las pulsiones más primitivas que impone el aislamiento, y el darwinismo de elegir a los que van a vivir en esta crisis sanitaria del siglo XXI. Nos vemos obligados a atravesar el duelo por lo que ya no podrá ser igual, y por el hecho de que mucho de lo que antes valía ahora puede no servir y volverse en contra.


Por ejemplo, el otro empieza a ser alguien de quien hay que resguardarse, un desconocido temido del que hay que aislarse, donde incluso los que se consideran amigos pueden transformarse en enemigos, y lo familiar en siniestro por el peligro del contagio. Se movilizan de esta manera angustias profundas que irrumpen en el mundo interno  potenciadas por el mundo externo que se ha vuelto atemorizante.


Tratar de atravesar el corte que provoca esta Pandemia con todo lo conocido, lo valorado, lo amado y vivenciado como propio de lo humano, nos demanda el coraje de poder ir aceptando nuestra fragilidad y vulnerabilidad humana, armando continentes como modelos conjeturales, absolutamente descartables.

De esa forma, se trata de sostener la invariancia que hay en toda posibilidad de Cambio en el sentido de la evolución, del crecimiento mental que desde esta perspectiva  se apoyaría en la invariancia de la mirada psicoanalítica, como un continente para pensar lo impensable pese a la incertidumbre de  lo que estamos viviendo.


Bion (1970) advierte que cuando no se puede atravesar ese puente a lo desconocido en pos de un cambio catastrófico, o sea en el sentido de la evolución,  que implica una elaboración de duelos por lo que fue y lo que pudo haber sido y no fue,  es cuando el futuro en vez de estar lleno de deseos, está lleno de recuerdos y es el pasado el que esta poblado de deseos. Se produce entonces lo que llama la fusión nostálgica, que no permite que el futuro esté lleno de deseos, sino que está congelado en los deseos de un pasado que por supuesto nunca podrán realizarse por lo que el futuro quedaría  lleno de recuerdos y el pasado lleno de deseos que paralizarían  la evolución mental.


La propuesta podría ser dejar de lado las preconcepciones y prejuicios del pasado que empañan la mirada hacia lo “por-venir” del porvenir sin desconocer su profunda gravedad e imprevisibles consecuencias. Tolerar la incertidumbre, la falta de certezas,   y la duda como formas de preservar la salud mental, aun y con más urgencia en el medio de la tormenta, que nos enfrenta con lo impredecible de nuestra fragilidad psíquica, social y política.


Algunas Conclusiones


Este trabajo trata de hacer  una reflexión vinculada al riesgo que implica la exacerbación de las posicionamientos fanáticos, omnipotentes, arrogantes y la necesidad de promover la posibilidad de generar afectos e intimidad mediante los vínculos y los lazos humanos que los acompañan. Sabemos que  la presencia del otro, del semejante es fundamental en el proceso de constitución subjetiva, así como también  en las situaciones de crisis y catástrofes que tanto intimidan y donde aparecen con toda su fuerza las necesidades de apego y protección, buscando tramas que alberguen  lo público y lo íntimo.


Nos hallamos ante la necesidad de crear teorizaciones y prácticas ligadas a lo que la subjetividad y la sociedad presenten, de delinear modelos conjeturales y descartables, para teorizar y transformar estas nuevas formas de vincularse. Poder hacer un pasaje del exilio obligado de dejar de encontrar-nos hacia el éxodo elegido de nuestras propias búsquedas internas para descubrir nuevas formas de seguir habitando nuestros territorios vinculantes donde la incertidumbre es una de las formas de lo posible.


Se subraya con mayor evidencia que la existencia del psicoanálisis dependerá de su capacidad de transformación en un mundo que cambia y también cómo y en qué dirección nos cambia, donde las resistencias desde el interior mismo del psicoanálisis pueden impedir el surgimiento de lo nuevo, aislándolo de otras disciplinas o de la sociedad.


Puede decirse que estamos ante una crisis en los modos de ser de los psicoanalistas, donde todo o casi todo cambia o puede llegar a cambiar; pero no con una crisis del psicoanálisis en sí mismo, sosteniendo la mirada psicoanalítica  en una urdimbre entretejida de esfuerzos que vinculan.


Tratando  de que no se aplane la curva de la subjetividad ya que  todos pasamos fácilmente a ser huéspedes de un virus incontrolable, un número que anula  la singularidad, el caso por caso motor de la dinámica psicoanalítica,  donde hasta la muerte se deshumaniza pasando a ser una  muerte anónima.


Nos encontramos  como dice Recalcatti (2020) con un imaginario que  fue colonizado por lo real, y la angustia por la pérdida no es como en la  depresión clásica, sino que invierte el futuro donde el objeto perdido es el mundo tal como lo conocíamos hasta ahora. Considero que se subraya de esta manera el peligro de la arrogancia que niega la existencia del virus, donde la supuesta celebración de la  vida, paradójicamente, se presenta como una de las  formas  de la afirmación de la pulsión de muerte, desmintiendo  la castración y  la inevitable presencia y convivencia con el virus por tiempo indeterminado y su probable recidiva. 


A lo que se agrega el riesgo de que permanezcan indelebles los duelos, pérdidas y  ansiedades padecidos pero no sentidos en toda su dimensión, que podrían tener desenlaces imprevisibles para la salud física y mental actual y futura tanto de los pacientes como de los analistas.


La propuesta sería poder superar  nostalgias y añoranzas del pasado y del presente que impiden que lo obvio de la pandemia  nos implique en una ineludible relación de dolor. Tratar de ir  modificando la angustia en lugar de evitarla mediante la estupidez y la desmentida de este pasaje acelerado desde una condición de omnipotencia en la ciencia, la política, la economía, a la impotencia y a un estado de perplejidad difícil de sobrellevar que podría deslizarse fácilmente  hacia la creación de dogmas o ideas fanáticas que conducen por  una senda irreversible.


No hay que olvidar tampoco que ante una amenaza frente a la cual no hay fuga posible, puede exacerbarse el predominio de los aspectos psicóticos de la personalidad –  sea de un grupo, de una sociedad, etc. – que se detectan bajo la forma de elementos dispersos en un discurso  referido a la arrogancia y la estupidez, donde la arrogancia se erige omnipotente en el lugar de la carencia.


Cuando a Hanna Segal (1987)  se le pidió su opinión acerca de lo que el futuro depararía para el psicoanálisis, mantenía la idea de que era fundamental continuar prestándole atención al poder de la parte psicótica de la personalidad, tanto en el paciente, como en la mente del analista y en el mundo socio-político. Decía que “Los psicoanalistas hemos de ser neutrales en nuestro trabajo en el consultorio, pero no neutralizados por las situaciones sociales”. Apelaba, así, a la responsabilidad y al compromiso público que tenemos como profesionales y ciudadanos,  en su valioso artículo de 1987 “El silencio es el auténtico crimen”.


Y en este sentido de la interrelación entre el psicoanálisis y el mundo socio-político,  quisiera relatarles un hecho paradójico que considero que posee una fuerte potencialidad simbólica. Se trata de una frase de Segal, H. (1991) que fue utilizada en un ámbito totalmente inesperado y sin que la propia autora tuviera conocimiento de ello, cuando se lanzó una convocatoria para presentar proyectos para construir un mural después del ataque terrorista en Nueva York el 11 de septiembre de 2001 pensado para simbolizar la continuidad de la vida después de la destrucción.

 

 “Es cuando nuestro mundo interior está destruido,

muerto y carente de amor

y cuando nuestros seres queridos se vuelven fragmentos

y estamos inmersos en una indefensa desesperación,

que debemos crear nuestro mundo otra vez,

juntando nuevamente las piezas

infundiendo vitalidad a los fragmentos muertos

para recrear la vida”

 

 Bibliografía


Bion, W. F. (1957-59) “Volviendo a pensar”. 4ª ed. Buenos Aires, Hormé, 1977.

 --------(1966) Aprendiendo de la experiencia. Buenos Aires,  Paidós, 1974

 --------(1970) Cambio catastrófico. Revista de Psicoanalisis,Vol.38,Nº4, 1981

---------(1977) La Tabla y la Cesura, Gedisa, Bs Aires.

---------(1994) Cogitaciones,  PROMOLIBRO. Valencia, 1994.

Catz, H. (2020). Environmental crisis and pandemic. a challenge for psychoanalysis. Frenis Zero Press.

Catz, H y colaboradores  (2020)Las redes de los humano, lo humano de las redes” Trabajando en cuarentena y en la Post-Cuarentena” Vergara editorial, Bs.Aires

Catz, H y colaboradores (2020). Trabajando en cuarentena y en la post-cuarentena en épocas de la Pandemia. Transformaciones e invariancias, Vergara editorial, Bs. Aires

Catz, H y colaboradores (2020). Psicoanálisis de Niños y Adolescentes, trabajando en cuarentena en tiempos  de la Pandemia,  Vergara editorial, Bs. Aires.

Catz, H.(2019). Tatuajes como marcas simbolizantes, la relevancia clínica de los tatuaje para el procesos Psicoanalitico”, Vergara Editorial, Buenos Aires.

Gluksmann, A. (1981) Cinismo y Pasión, Gallimard, Paris.

Pichon-  Riviere E. ( 1971 ) - Del psicoanálisis a la psicologia social . Buenos Aires , Galerna ; 1971,342

Recalcatti, M. (2020) Simposio de la Asociación Psicoanalítica Argentina, Buenos Aires.

Santamaria, J.(2020) “Momentos y Cesuras en la experiencia del Covid 19” en Catz, H. y colaboradores (2020): Las Redes de lo humano y lo humano de las Redes, p.253

Segal, H. (1991) 'A psychoanalytical approach to aesthetic' ['Enfoque psicoanalítico de la estética'].

Segal, H. (1987), “Silence is the real crime”, International Journal of  Psychoanalysis, núm. 14, pp. 3-12.

 Dream, Phantasy and Art [Sueño, Fantasma y Arte] (1991), Psychoanalysis, Literature and War [El psicoanálisis, la literatura y la guerra] (1997), y Yesterday, Today and Tomorrow [Ayer, hoy y mañana] (2007).

 

   Dra. Hilda Cats PhD

 

  Psicoanalista – APA

  Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina

 Coordinadora  del Departamento de Niños y Adolescentes de la Asociación Psicoanalítica  Argentina "Arminda Aberastury"

 

 

 

 

 

 


jueves, 5 de noviembre de 2020

Coronavirus: Pandemia, angustia y desencuentro por Jorge Eduardo Catelli

 

«La palabra es un virus. Quizás el virus de la gripe fue una vez una célula sana. Ahora es un organismo parasitario que invade y daña el sistema nervioso central. El hombre moderno ya no conoce el silencio. Intenta detener el discurso subvocal.

Experimenta diez segundos de silencio interior. Te encontrarás con un organismo resistente te impone hablar.

Ese organismo es la palabra.»

William Burroughs, El boleto que explotó cit. de Franco Berardi. 2020, p. 35.

 

1.    Irrupción. “Como yo has de ser, como yo no has de ser”. Algunas preguntas iniciales.

 

De un momento a otro ingresamos en una serie distópica: el COVID19 irrumpió y produjo efectos a nivel mundial. Día a día surgen nuevos datos, conteo de contagios, de muertes en escaladas escalofriantes y las indicaciones entre contradictorias y apabullantes de “quedarse en casa”, “no tocarse”, “no tocar”, “lavarse muchas veces las manos”, “mantener distancia”, “usar barbijos”, “no usarlos”, “hacer máscaras de plástico caseras”, “no hacerlas porque de nada sirven”, además de las últimas sugerencias del Dr. Fauci, de “no volver a darse la mano nunca más”.

La evidente transformación política y del mundo a la que estamos asistiendo, efecto -¿y causa?- a su vez de esta misma pandemia, que intentan capitalizar muchos de quienes encarnan el ejercicio del poder, muestran reacciones dispares y por momentos desesperadas: decretos cuyas firmas son empujadas por la opinión pública, la búsqueda de una suba de la popularidad, junto a videos circulantes de épicas proezas que muestran a los mismos políticos en un rictus a veces maníaco, otras presumiblemente serenos, pero con rasgos disociados que expresan terror, desconcierto o actuaciones patéticas de estudiantes de teatro de nivel inicial.

Los cuerpos vuelven a ser, cada vez en un mayor primer plano, bastiones sitiados del biopoder y renovados objetos de la biopolítica, siendo nuestras casas -para quienes alguna tienen- las nuevas celdas del panóptico. La convocatoria masiva desde el poder en su biocontrol, es eficaz en el desarme de la colectivización, la instalación de la sospecha respecto del otro, la estimulación de la denuncia y la vigilancia cada vez más aguda de las poblaciones, ahora a condición del terror difundido por los medios masivos de comunicación, asociados con la singularidad del morbo de cada quién y bajo la aparentemente saludable convocatoria al encierro y al llamado “home office”.

Y allí mismo, ante las determinaciones desde el poder, las órdenes contradictorias del extracto de superyó externalizado en diversas voces de “la última verdad”, cobran la más contundente realización, junto a la sumisión generalizada ante el encierro, el control y la vigilancia, legitimadas por la fuerza pública, con pequeños burócratas encaramados en su pequeño y autoritario poder, la casi absoluta y esmerada negación respecto de hablar de los efectos del encierro, de acuerdo a la estructura en que cada uno ha quedado organizado y en relación con la singularidad subjetiva -valga la redundancia conceptual-. Y así se pretende sostener la salud desde el encierro: ¿qué salud?... ah, sí, la de los cuerpos que no deberían contagiarse con el coronavirus. ¿Y dejaremos la salud reducida a esa dimensión orgánica?

 

1.    Coronado de “prójimo” sea el semejante. 

Nuevamente surgen, estimulados por las estigmatizaciones y la violencia inherente al ser humano, la desconfianza ante quien está del otro lado del “river”. Así se distinguía en algún tiempo medieval quién era “de los propios” y quién era un “rival”.

La experiencia con el semejante, siguiendo los lineamientos de pensamiento de Freud, puede ser comprendida como la acción inaugural del lazo social. Aquella afirmación freudiana acerca del sufrimiento, que “nos amenaza por tres lados”, pareciera cobrar un renovado sentido, en la intersección de esas tres fuentes: el propio cuerpo, el mundo exterior y las relaciones con otros seres humanos. La vivencia de un cuerpo frágil, amenazado por la posibilidad de hospedar a un virus que inocula un programa “informático” certero y enfermante, respecto del que hay que defenderse, porque proviene de un mundo exterior peligroso, constituido justamente por los otros seres humanos, que repentinamente se erigen como potenciales transmisores de la peste, cobra renovada intensidad y presencia cotidiana. La angustia que ya no se agota en sus señales, anticipándose al peligro, comienza a presentarse en un modo continuo y agobiante. Y ahora un poco más alertada, ante la proximidad de los otros. Es el último factor referido, “los otros seres humanos”, el que es planteado por Freud como “el sufrimiento [que] quizá nos sea más doloroso que cualquier otro”.

Así como “vecino” es la palabra que usamos para designar a la persona que vive en el mismo barrio o aquellas cosas que están cerca, nuestro vecino es aquel que habita una vivienda cercana a la nuestra y las ciudades vecinas son aquellas que están situadas en los alrededores de la propia. El vecino, cercano, el siguiente, el próximo, el Nachbar, es como neighbour, aquél que está a continuación, al lado, cerca. Cada uno sabe cuántos problemas podemos tener con los vecinos y todos los sufrimientos que pueden y suelen provenir de esos vínculos con esos otros seres humanos, junto también, con la potencial solidaridad, cercanía y lazo social. El vecino puede oficiar de representante de ese semejante (símil) en quien reencontrar algo conocido, solidario y amable, que puede despertar el deseo de cercanía que define ese lazo –una dimensión del “Nebenmensch”-; o bien representar al prójimo, (próximo pero ajeno) en tanto el extranjero temido, algo del desconocido que despierta el terror del encuentro con lo irreductible de “lo otro del otro” –otra dimensión de aquél “Nebenmensch”- que despierta el narcisismo de las pequeñas diferencias. La presencia amenazante del COVID19 soportado por el cuerpo de los otros, potencia la peligrosidad de éstos, con lo cual surge la primera respuesta: defenderse del otro.

Casi en simultáneo a la llamada “gripe española”, Freud cita un trabajo de 1902 de Ernest Crawley, quien con expresiones que difieren poco de la terminología empleada por el psicoanálisis, señala que cada individuo se separa de los demás mediante lo que él llama un “taboo of personal isolation” {«tabú de aislamiento personal»} y que justamente, en sus pequeñas diferencias, no obstante, su semejanza, en todo el resto, se fundamentan los sentimientos de ajenidad y hostilidad entre ellos. En este sentido, se puede tomar la figura del “prójimo”, en su dimensión de ajenidad, ¡y respecto del cual hay que aislarse!

Surge entonces, creo que necesariamente, la pregunta acerca de cómo pasar de “cuidarse del otro” a “cuidarse con los otros”.

 

2.    Y el psicoanálisis, aún. Un deseo decidido. 

La práctica psicoanalítica no dejó de quedar afectada por la cuarentena establecida. El virus afectó también a nuestros tratamientos y en esa misma afección, las diversas posiciones de quienes llevamos adelante el trabajo analítico con nuestros analizantes: desde las posiciones más radicales, - cada vez las menos- se plantea no poder seguir adelante sin la asistencia presencial, no sin entrar en conflicto con la autoconservación más primaria y en franca expresión de una ortodoxia inflexible y / o tal vez, de un analfabetismo tecnológico. Los cuerpos inmóviles, con la mirada apartada, recostados en el diván, son hoy los mismos cuerpos que estamos extrañando en nuestros consultorios y preguntándonos cómo poner en juego a través de las plataformas que las tecnologías ofrecen. Skype, Zoom, Facebook, WhatsApp, Hangouts y otros, son los nombres posibles de la continuidad cierta de los análisis y, junto a éstos, las preguntas formuladas en voz baja entre los mismos analistas, acerca de qué hacer o cómo hacerlo: con o sin cámara, con saludo con cámara o sin él, con o sin auriculares, etc. El deseo decidido del analista, vuelve a producir algo de un encuentro definido por su imposibilidad, de un sujeto que no es individuo y que nunca acude a la cita, ya sea en el consultorio, por skype o por WhatsApp y, de este modo, vuelve la palabra a ser el virus que infecta al organismo, transformándolo una vez más en cuerpo erógeno, en un recorte de esa experiencia en un “entre”, que inaugura otro contagio necesario de nuestra práctica clínica: la transferencia. Ha de ser esa otra escena, la transferencial, la que alojará al virus que habita y vehiculiza nuestra práctica clínica.

 

1. De una experiencia lejana, resignificada en tiempos de Coronavirus. 

Desde hace algunas décadas comencé el trabajo "a distancia", en una suerte de consultorio sui generis, que había comenzado en mi hospedaje universitario en la ciudad de Munich, cuando hace más de veinticinco años, me encontraba, llevando a cabo estudios de posgrado en aquélla ciudad, convocado por la urgencia de otro huésped, quien infructuosamente protagonizaba una escena de amenaza de suicidio.

Se trataba efectivamente de un compañero griego, ahora viviendo en aquél edificio en común, que -tal vez a condición de la diferencia de edad, y siendo yo el único profesional graduado y más "viejo" a los veintipico de años, de esa comunidad- había desplegado ciertas transferencias imaginarias, recuperándolo a posteriori, por un rasgo semejante, “ser también del sur”. En aquél entonces, “extrañar el clima”, “odiar la nieve en el calzado” y soñar una y otra vez con los mares azules de su grecia natal, eran tema permanente de conversación.

Luego de resolver aquella situación de intento de pasaje al acto, de aferrarse a algo de un discurso compartido y de haber literalmente “abierto las puertas”, pude recibirlo en un improvisado consultorio armado en aquél edificio, hasta que finalmente regresé a Buenos Aires, mientras que él siguió en Alemania, con la perspectiva de continuar con los proyectos, aún por aquél entonces, ajenos a su deseo, de los negocios de su familia en aquél país. 

Con extrañeza, con cierta creencia superyoica de estar intentando algo que no estaba permitido por la ortodoxia psicoanalítica -que de hecho no lo estaba- y aún sin saberlo, comencé así mi primer tratamiento psicoanalítico telemático. Era un tratamiento complejo por las razones formales de no ser en mi lengua materna, y a la vez, simultáneamente sencillo, por no tratarse tampoco de la lengua materna del otro. Su acento en alemán era muy similar al mío, porque el español rioplatense tiene la cadencia y la pronunciación parecidas a la del griego actual. Era otra tierra en común: la de un idioma que visitábamos para encontrarnos, o para ir a sabiendas, a ese desencuentro, con el horizonte de esa nueva imposibilidad, con un acento similar y con errores de declinaciones que nos perdonábamos mutuamente para avanzar en el desciframiento de las situaciones inconscientes, políglotas y llenas de lágrimas y sollozos que dificultaban sus frases y mi esfuerzo por acceder a aquellos sintagmas.

Ése y otros tratamientos a distancia que se fueron sucediendo, requirieron de ciertas condiciones para que no creciera demasiado mi propia angustia ante la realidad de mis pacientes a miles de kilómetros de distancia. Percibir que el otro “se estaba desangrando en una hemorragia de angustia”, conmigo a una distancia medida en horas de vuelo, era una representación perturbadora, que debía reinterpretar una y otra vez para comprender los materiales y poder intervenir, disolviendo -a menos en parte- mi propio costo de angustia. 

Todo era -visto en perspectiva de “Nachträglichkeit”-, una preparación y entrenamiento para mis sesiones de estos tiempos, en la época del COVID19. Hoy continúo con mis pacientes que viven a poquitas cuadras, como con aquellos que están a varios miles de kilómetros: nos saludamos con la cámara, habiendo acordado un cierto encuadre a la distancia, mi paciente se ubica en un lugar también cómodo, privado y apagamos las cámaras. Al menos la mía, seguro. Tal como advertía Freud, me agoto ante la mirada permanente del analizante, quien me deja permanentemente escrutado, como el paciente que no puede dejar de darse vuelta en el diván, controlando al analista. Claro que esto es del orden de la singularidad: algunos piden verme más tiempo, otros llaman directamente sin cámara, algunos muestran las resistencias y sus escenarios transferenciales en olvidos propios de las mejores expresiones inconscientes, con teléfonos sin carga, cables de carga olvidados y otras delicias de las tecnologías y su castración, con la que también en estos territorios, nos vamos encontrando y haciendo tejidos diversos.

Hay pacientes que transfieren la frustración y el enojo de modo directo y sin escalas. El virus de la transferencia sigue contagioso, activo y duradero. Algunos dicen “no poder” por las vías digitales, a distancia. Otros “no querer”, como un sintagma determinado y cristalizado por un supuesto sujeto aparentemente unificado. Es ahí que voy tentando en cada caso, cosas diversas. En algunos, envío un mensajito “entre la cita y el enigma”, leyendo las últimas asociaciones escritas en el WhatsApp, en su hora vacía, o más bien llena de silencio. En otros, llamo y escucho. Otras veces, espero.

Indefectiblemente pienso en Freud en tiempos de guerra y de posguerra, un tiempo llamativamente fecundo y productivo en su vida científica. Y una y otra vez, ante las preguntas por los mínimos ruiditos que voy interpretando on line, y voy agudizando en mi registro de mi propia necesidad de autoconservación, las resistencias desplegadas y los universos que la escucha abre, evoco una y otra vez, aquélla cita que veinticinco años después, agregara Freud a su obra magna de 1900:

“La tesis tan perentoriamente formulada aquí, ’Todo lo que perturba la prosecución del trabajo es una resistencia’ podría dar origen con facilidad a un malentendido. Desde luego, sólo tiene el valor de una regla técnica, de una advertencia para el analista. No debe dudarse de que durante un análisis pueden producirse diversos hechos ajenos a la intención del analizado. Puede morir el padre del paciente sin que él lo haya matado, también puede estallar una guerra que ponga fin al análisis. Pero tras la manifiesta exageración de esa tesis se esconde un sentido novedoso y correcto. Por más que el suceso perturbador sea real e independiente del paciente, a menudo depende de este el grado de perturbación a que da lugar, y la resistencia se evidencia inequívocamente en el pronto y desmedido aprovechamiento de una oportunidad tal.”

Jorge Eduardo Catelli

Psicoanalista

Full Member and Analyst Trainer at the International Psychoanalytical Association

Miembro Plenario de la Federación Psicoanalítica de América Latina

Miembro Titular en función Didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina Profesor e Investigador de la Universidad de Buenos Aires