martes, 31 de marzo de 2020

El Peligro del otro por Mariano Horenstein


El peligro del otro

Una partícula ni siquiera microscópica sino nanoscópica, un fragmento de ácidos y proteínas que ni siquiera alcanza a ser un organismo vivo tiene en vilo a una especie capaz de poner a un hombre en la Luna. La irrisión del nuevo virus contrasta con el descalabro que ha ocasionado, del que estamos lejos aun de evaluar sus daños e incluso augurar el desenlace. Un virus poco más letal que una gripe -o incluso menos, pero replicable a escala universal- desnuda la fragilidad extrema de la especie humana. Una infraestructura sanitaria desbordada e insuficiente es apenas uno de los modos en que esa fragilidad se revela. También aparece cuando los líderes muestran sus propias inconsistencias, haciendo imposible ignorar que el rey está desnudo. También cuando advertimos que el otro a quien necesitamos es al mismo tiempo el otro que puede contagiarnos.

Cuando surge un peligro como el del virus de esta temporada, un primer reflejo es desentendernos. La familiar omnipotencia confía en que no es asunto nuestro, los que se enferman y mueren siempre son los otros. Algunos, apalancados en ese reflejo habitual que proyecta en el otro lo que preferimos no reconocer en nosotros, lo utilizan abyectamente para justificar su solapado racismo. Así hizo el presidente Trump en su discurso previo al cierre de fronteras de EEUU, donde calificó al COVID-19 como un virus extranjero. Entonces, lo único que cabe es defenderse del extranjero, considerado él mismo como un virus.

Solo que en esta nueva pandemia que enfrentamos no son los inmigrantes magrebíes que se hacinan en los márgenes de Europa ni las caravanas de centroamericanos que pretenden llegar a Estados Unidos los responsables de su transmisión: los portadores del virus son europeos blancos y cristianos, pasajeros de cruceros de lujo, funcionarios de empresas transnacionales o turistas de primera clase. Esta pandemia dificulta el mecanismo básico de segregación que nos constituye como grupo humano: dejar afuera al distinto, cercarlo, distinguirlo, y así darle consistencia imaginaria a nuestro propio grupo de pertenencia. Y la dificultad radica en que, por la asombrosa rapidez de su diseminación en tiempos globales, ya China queda lejos en la cadena de transmisión, y el peligro es aquel a quien nos parecemos y no de quien nos diferenciamos.

Con esa manía humana de distinguir para confortarnos dentro de lo semejante, nos hubiera gustado nombrar a este virus como la peste de Wuhan, tanto como el MERS era la de Medio Oriente o la gripe de siglo atrás era la española, pero los intentos de la humanidad organizada de lidiar con esta amenaza ha sabiamente despojado a la peste de su calificativo chino para reducirlo a un nombre técnico: COVID-19.

Pensar en un virus en tanto extranjero, limita nuestra posibilidad de defensa al imaginar que alcanza con cerrar fronteras y denegar visas para permanecer indemnes. A la vez, al asumir que nada hay de extranjero en nosotros -pues el extranjero es siempre el otro, la amenaza- se niega la evidencia de que un virus se transmite en función de vínculos, y que la especie humana es humana justamente gracias a esos vínculos. Implica un forzamiento brutal el expulsar hacia el afuera la idea de peligro, porque la extranjería nos constituye. Y en ese sentido no hay lucha eficaz contra un agente patógeno sin considerar que éste también anida o anidará en nosotros, en nuestras relaciones, dentro de nuestras fronteras siempre porosas con el otro.

La especie humana está expuesta desde el nacimiento al desamparo. Nacemos prematuros, a diferencia de muchos animales, y es la larga temporada en la que dependemos de otro lo que nos hace humanos, la que nos permite el nivel inédito de logros que la humanidad ha alcanzado. Esa necesidad imperiosa del otro que nos alimente y proteja nos lleva a ilusionarnos con un otro sin falla, dueño del poder de salvarnos, esa ilusión bajo la cual los niños se permiten crecer. Con el tiempo la realidad se encarga de desmentir esa ficción fenomenal, y el modo en que se tramite esa desilusión será fundante de la estructura psíquica de cada uno.

En situaciones críticas, depositamos en otros -ya no nuestros padres, aunque sí nuestros gobernantes, nuestras instituciones- el ejercicio de la función de cuidado, de definir el límite a partir del cual algo ha de hacerse o evitarse. Esa apuesta de que haya otro, figura de la ley -médico, presidente o protocolo- que proteja es también una ficción, pues ese otro al que precisamos sostener para poder sostenernos se enfrenta a la misma perplejidad, está inerme ante la misma angustia que nosotros. Al mismo tiempo, ha de encarnar, como el héroe de una tragedia, al personaje capaz de ayudar a los simples mortales a atravesar un mar de incertidumbre. Ver que ese otro capaz de salvarnos está tan desvalido como los que precisamos ser salvados es fuente de angustia y parálisis, e intentamos todos los modos posibles de desmentir esa evidencia. Somos seres de ficción que precisamos ficciones para sobrevivir, ésta es una de ellas.

Aunque una situación crítica sea común para todos, el modo en que cada uno lee el peligro, lo decodifica y reacciona es singular. Aunque puedan trazarse regularidades, las respuestas de nuestra especie son siempre individuales. La gama de reacciones catalogables se encuentra entonces ante la imposibilidad de abarcarlas a todas, tal como le sucediera a Borges con los animales de su enciclopedia china. Fóbicos que extreman su sensibilidad al punto de no querer tocar ni su propio cuerpo devenido zona de peligro, ciudadanos normales ejercitando una paranoia siempre a mano ante un peligro que siempre pareciera acechar desde afuera, obsesivos que tardan más en lavarse que en ensuciarse o histerias desatadas que encuentran en la proliferación de grupos de chat una plataforma tan inédita como insustancial para multiplicarse hasta el infinito. Ni hablar de las fantasmagorías hipocondríacas o la labilidad sugestiva que por momentos nos hace vivir nuestros cuerpos en función del relato de los síntomas con que se nos bombardea, o el costado perverso de algunos de nuestros congéneres que encuentran algún oscuro goce en no cuidar al otro del que son responsables, en violar cuarentenas necesarias o jugar un juego de riesgo donde la satisfacción de mirar de frente al abismo no repara en gastos.

Las situaciones críticas siempre son reveladoras, hacen visibles las costuras de los tiempos, las contradicciones de los sistemas políticos, las miserias de nuestros semejantes de pronto convertidos en enemigos. Las situaciones de pretendida normalidad permiten que lo política y moralmente correcto primen, que los buenos modales y el consenso democrático gocen de algún prestigio y que los extremismos ideológicos queden reducidos a los márgenes de la población. Las situaciones de peligro en cambio, como ha sucedido en tiempos de guerra, de dictadura o cataclismo, muestran no solo la verdad de la especie sino también la de cada uno de nuestros congéneres.

En un caso donde es una epidemia lo que está en juego, y donde la vía de contagio es a través de aquellos con quienes tenemos un contacto más estrecho, todo se potencia. Pese a los intentos de nombrar al peligro como extranjero, es el prójimo el peligroso, aquel con quien trabajamos o dormimos, con quien nos movilizamos o a quien compramos o a quien le vendemos o con quien estudiamos o bailamos. Y el peligro radica también en que en oportunidades como ésta el prójimo aparece sin vestiduras, sin maquillaje, mostrándonos su pavor o su egoísmo, sus prejuicios o su radical desentendimiento, aquello de lo que los humanos, sabemos por experiencia histórica, somos capaces.

Como escribió Hölderlin, sin embargo, allí donde crece el peligro crece también la salvación. Pues es gracias a ese otro que nos constituye y que puede matarnos, que también podemos salvarnos. Es en la microfísica de las relaciones donde se trama un modo efectivo del cuidado, cuidando al otro, cuidándolo incluso de uno mismo.

Nuestra especie no solo es capaz de desarrollar vacunas o tratamientos en tiempo real, en una carrera de velocidad con los virus que la amenazan, sino que también sabe aprender de la experiencia, convertir la lógica de infección en la lógica de prevención. Como en la génesis de la esperada fórmula que logre inmunizarnos, lo que se juega aquí es la posibilidad de asumir que aquello extranjero sea quizás lo más íntimo, la esperanza de convertir el veneno del virus en vacuna. Quizás eso nos haga merecedores, a diferencia de las estirpes condenadas a la soledad, de nuevas oportunidades sobre la tierra.

Mariano Horenstein, psicoanalista. Director del Instituto de Formación Psicoanalítica de la Asociación Psicoanalítica de Córdoba


lunes, 30 de marzo de 2020

El día que... por Milena Vigil


EL DIA QUE…

Teresita es paciente del hospital oncológico, con un diagnóstico de linfoma avanzado, 62 años y 15 hijos. Vive en situación de extrema pobreza, ayudada por familiares, que también poseen trabajos precarios e informales, por vecinos solidarios y por nuestro sistema de salud y servicio social que, según los planes en vigencia, se le ofrece de inmediato. En la última sesión de psicoterapia ella me contó conmovida que, por un plan de vida digna, le asignaron un dinero para terminar su casa-rancho. Con gran euforia afirmó: ¡doctora, el día que tenga mi primer baño voy a dormir esa noche ahí!

En tiempos de cuarentena Teresita sacude al equipo de salud con una realidad que se contrapone con los protocolos establecidos, y nos obliga a pensar en que todas las medidas de prevención se formulan desde una mirada social media, donde contamos con techo, agua potable, baño…condiciones indispensables y casi naturalizadas por todos nosotros.

En cada escucha, en cada encuentro, una existencia única puja para ser cobijada. Como psicoanalista buceo desde dentro y desde fuera, y me pregunto cual es la construcción anhelada, fantaseada de aquel deseo que condensa el amparo, la inclusión y el logro de no quedar pegado a la no-cultura.  Busco la mejor opción para construir en nuestro espacio de salud mental, acciones de cuidado, acompañamiento y creatividad, aunque estemos inmersos en el panorama más desolador de los últimos 50 años.

Los tratamientos oncológicos no se pueden interrumpir ya que los esquemas están pensados y diagramados para acabar con el crecimiento celular anómalo… estudios exploratorios, tratamientos de quimioterapia, terapia radiante y cirugías, pero en estas condiciones, ¿dónde estamos parados, que frenamos y que no, para protegerlos/nos?, ¿cual es el mal mayor cuando nos encontramos con pacientes crónicos pulseando un cáncer y de repente todo es pandemia?

Vuelvo a insistir, la atención de lo colectivo es un movimiento, pero no nos tenemos que olvidar del encuentro con cada ser  que nos cuenta con extremos detalles su propia vida.

Milena Vigil – Psicoanalista, Prosecretaria de la Asociación Psicoanalítica de Córdoba



Sostener los vínculos en tiempos de aislamiento forzoso por Pablo A. Dragotto

Sostener los vínculos en tiempos de aislamiento forzoso

Los seres humanos nacemos inmaduros y frágiles. No sobrevivimos si no hay un otro que nos alimente, nos ampare, y decodifique nuestras necesidades básicas: alimento, protección, amor. Esa indefensión inicial ha sido clave para el desarrollo de la especie humana, basado en el lugar del otro como protector e intérprete. Ningunx de nosotrxs estaría hoy acá si no hubiera habido un adulto que nos recibió, nos cuidó y trato de entendernos. Esta es una de las bases de los descubrimientos de Freud y de la teoría y el método psicoanalítico. Asimismo Freud nos enseñó que, inicialmente, el desarrollo psíquico, sigue el modelo de las funciones básicas de la vida: incorporación y expulsión. Inhalamos y exhalamos. Incorporamos alimentos y eliminamos por excreción heces y orina. Psicológicamente los mecanismos más arcaicos son esos: nuestro yo se forma poniendo afuera (imaginariamente) todo lo que es displacentero. Si me siento bien soy yo; si me duele o me hace sufrir es de afuera, es del otro. En situaciones de emergencia o de catástrofe, nuestro psiquismo responde con los mecanismos más primitivos. El automatismo puede ser el sálvese quien pueda, buscar culpables o chivos expiatorios. La salud pública y la epidemiología cumplen con su obligación de disponer medidas de prevención y cuidado para la población en general; no pueden ni deben enfocarse en la subjetividad  de cada persona. A todxs nos impactan las imágenes y vídeos de acciones firmes y sin reparos en las que personas son obligadas a aislarse por la fuerza pública en China, España u otros lugares. En otro contexto no dudaríamos en calificarlas como violatorias de los derechos humanos. Pero no lo son, dado el contexto de excepción que implica la pandemia. Es la tensión inevitable entre acciones de salud pública en tiempos de pandemia y las subjetividades de cada unx de nosotrxs en nuestros pequeños grupos de convivencia. Esa tensión es inevitable, no podemos eliminarla. Asimismo es fundamental no negarla. Es prioritario cumplir con las disposiciones de las autoridades políticas y sanitarias, confiando en que las mismas están basadas en las evaluaciones más precisas y actualizadas según la información científica disponible. Pero también es necesario encontrar los medios de sostener los vínculos de apoyo mutuo, contención y acompañamiento,  en tiempos en los que la angustia, la ansiedad y el miedo pueden, por momentos, hacernos reaccionar como bebés indefensos y asustados. Más aún cuando la causa de nuestros miedos es invisible, intangible como lo es un virus. Defender los vínculos y la confianza es fundamental. Hoy más que nunca cuidarnos entre todos es mucho más que una consigna. No es el otro el peligro. Puedo ser yo quien porta el peligro sin saberlo. Así como nos aislaremos por un tiempo en nuestras casas, es crucial seguir conectados con alguna distancia. Las psicoterapias siguen por WhatsApp, Skype y otros medios. En todo el país los trabajadores de la salud mental y las instituciones que nos albergan nos organizamos para continuar capacitaciones, tratamientos y servicios de apoyo online. El Servicio de Contención y Acompañamiento Virtual  a personas con coronavirus y/o en cuarentena de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba es un ejemplo de ello. En los medios abundan intentos de explicación de las reacciones de las personas en el contexto actual; el psicoanálisis nos recuerda la importancia de sostener los vínculos y no dejar de comunicarnos y acompañarnos afectivamente, aun cuando debamos aislarnos físicamente. Y que es con otros que logramos superar nuestras pesadillas y terrores. Otros como compañía, otros como intérpretes, otros como apoyo. El otro, mi semejante, no mi enemigo.

Pablo A. Dragotto
Psicoanalista, Secretario General de la Asociación Psicoanalítica de Córdoba.