jueves, 29 de octubre de 2020

Tratamiento analítico de un niño durante la pandemia a través de la pantalla por Viviana Isern y David Rosenfeld

En este duro tiempo que impone tantas distancias y pérdidas el tratamiento de niños severamente perturbados pasa por una difícil prueba de continuidad. Cómo llevar adelante la sesión en la virtualidad  con un niño cuya patología hace que esté muy lejos de sentirse otro. Los padres son los garantes del tratamiento y el sostén de la subjetividad del niño, en la virtualidad ese sostén se hace palpable. La realidad vincular y la vida cotidiana del niño empiezan a tallar en la sesión de una manera inesperada. 

Entendemos que esta pandemia, entre  cuestionamientos  y serios  replanteos técnicos,  es una importante oportunidad para que los psicoanalistas de niños pongamos el foco en cómo tomamos en cuenta dentro del tratamiento la calidad de esa relación primaria entre padres e hijos, el valor que le damos y nuestros esfuerzos por  incluirla. 

Nos interesa traer un recorte del material de Lorenzo, para poner en relieve cómo el niño pudo valerse de sus padres que hasta poco antes del aislamiento social habían estado presentes en las sesiones, para armar una continuidad productiva  con su analista en el tratamiento psicoanalítico por tele asistencia en un momento particularmente difícil para él. 

El niño hoy tiene cinco años y tenía tres cuando comenzó el análisis, presentaba híper movilidad, la mayor parte del tiempo no miraba a los ojos, parecía no escuchar, no señalaba, su atención iba de una cosa a otra en segundos y era una furia desatada ante cualquier contrariedad con un gruñido sostenido como de animal. No hablaba aunque sí presentaba una jerga inentendible e ininterrumpida cuando no gruñía. Se hacían imposibles las rutinas, la madre le daba el celular la mayor parte del tiempo para atajar berrinches constantes frente a las rutinas diarias. 

Lorenzo había tomado  pecho hasta los 2 años y 8 meses siendo imposible destetarlo antes por  el llanto y los golpes a la madre. El niño se tomaba del pezón a todo momento, ante cualquier situación de sufrimiento  se prendía del pecho  pero sin pasar por la persona de la madre. En una ocasión ella se enferma, deciden sacarle el pecho, el niño acepta pero a partir de ahí no desvía la vista del televisor, deja de interactuar con los padres,  tampoco responde al nombre hasta que hacen la consulta.  
En las sesiones, aquellas sí presenciales y con toda la familia, dentro de un devenir imparable  por el consultorio de tocar juguetes, apareció una primera y pequeña escena con gritos de terror que llegaron para quedarse. Luego esto mismo de alguna manera entendimos pedía jugarlo con la mamá para que ella también grite espantada, este juego de los  gritos de terror nos acompañó gran parte del tratamiento, entendemos que  recuperando  y elaborando  miedos de la madre y del  bebé pequeño cuando ambos eran uno.

Luego pudo empezar a tallar en la sesión un títere  que en manos del analista  quiso ser su amigo, al que el niño empezó a atacar con todo su cuerpo y  a morder. Ese títere soportaba sus embates y entre protestas juguetonas esperaba con paciencia llegar a ser su amigo. Hubo un momento muy crítico producto de una separación de dos semanas donde pudimos atravesar los arrasadores  sentimientos   que este niño experimentaba frente a la separación del analista, atravesamiento sólo posible a partir de la sostenida interpretación de la transferencia.  Sus papás pudieron palpar como testigos azorados el nivel de sufrimiento y desconsuelo que se desplegaba en la sesión.

 Lolo mejora notablemente, comienza a confiar en su terapeuta, en sus padres, se destraba el intercambio amoroso. Empieza  a tomar del ambiente,  a escuchar con atención, desaparece la jerga y se inicia la comunicación hablada que avanza rauda. Lorenzo progresó mucho y los padres  ya habían quedado en la sala de espera para cuando aparece el peligro del Covid 19. Cuando comienza la cuarentena  su mamá estaba embarazada de pocos meses y   Lorenzo venía trayendo fantasías de deseos canibalísticos muy acentuados en sus juegos  a través de la personificación de un dinosaurio. Estábamos en estos acuciantes contenidos fantasmáticos cuando se interrumpen nuestros contactos presenciales a raíz de la pandemia.

La primera vez que se produce la conexión con ambos padres  por videollamada el niño no está frente a la pantalla y cuentan sus papás que Lorenzo está en el baño, no va de cuerpo hace varios días. Hablamos de las pérdidas que el niño está sufriendo, de su retención como una manera de guardar a tantos otros que no ve, que hay que explicarle tantas pérdidas.  Uno de ellos finalmente al volver del baño dice contento que Lolo por fin hizo.  Se les pide que la próxima esté cerquita del celular para saludarlo.  A la siguiente sesión, tiene dos semanales, Lorenzo viene hacia el teléfono,  saluda y dice que quiere ir a la casa del analista. Los padres le explican que no puede,  llora con desconsuelo. El padre lo toma en sus brazos y lo contiene. Su analista a su vez le dice que también lo extraña mucho pero que el bichito que enferma está en las calles y no se puede salir por ahora, llora pero luego logra despedirse con calma.

A la siguiente sesión desde la pantalla del celular se ve  que están en el patio de su casa ambos padres y el niño rodeado de juguetes.  Lolo juega con sus papás  a representar  a un dinosaurio que huele, amenaza y devora si percibe algún movimiento en los padres. La intervención del analista apunta a que el  dino-Lolo  quiere comerse  a la mamá para que no se vaya con ningún otro bebé, para que se queden con él. En otra sesión el dino-Lolo quiere robarle los huevos a una gallina que sostiene en su mano la madre.  La gallina-mamá grita espantada, defiende los huevitos, el dino-Lolo  amenazante quiere robarlos, hay mucha tensión y angustia en la sesión  con los gritos de la gallina-mamá  y el dino-Lolo que no cede en sus intenciones de hacerse con ellos. El analista arma una pregunta ¿será  que todos los huevos son de la gallinita? ¿será que  el dinosaurio también quiere tener sus propios huevitos para poder cuidarlos…? Ante esta intervención Lorenzo  se calma y ya no amenaza, la madre también se alivia, Lolo se lleva algunos huevitos para cuidarlos. En la próxima sesión juega a que el dino-Lolo  toma con sus dientes a cada animal y lo tira lejos con la boca. Pero de pronto trae a la escena un dino-bebé que está rompiendo su huevito. Lorenzo toma un Dino gigante que lleva en su lomo al dino- huevito y le da de comer, lo tapa y lo cuida.  La intervención apunta a que  parece que el dino-papá cuida al bebé y lo lleva en su lomo… Intervengo comentando estas acciones  de cuidado hace dormir a toda la familia de dinos.  Luego toma el celular desde donde le hablo y busca cierta intimidad conmigo,  él se sienta en la que fue su sillita mecedora  que la madre está reflotando para el nuevo bebé, la intervención apunta a que está recordando cuando era un bebé chiquito y era alimentado.  Para sorpresa nuestra  y de sus padres acercándose  a la pantalla da de comer y beber con ternura  a su analista con tacitas y comiditas de juguete, entendemos que lo hace muy lejos de la lógica de arbitrariedad y persecución que lo inspiraba. 

Sabemos que el trabajo es de largo aliento pero  desafiando la cuarentena, con la estrecha alianza de sus padres, devenida ahora disposición al juego,  las acuciantes urgencias de Lolo como la perentoria necesidad de elaborar sus fantasías canibalísticas y  su deseo de ser él también gestante  pudieron ponerse en escena,  ser jugados y nombrados para procesar su aguijoneo interno.

Autores: 
Lic. Viviana Isern 
Dr. David Rosenfeld 
Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires