jueves, 3 de diciembre de 2020

Un virus nos aísla, navegar es preciso por Mónica Chama

Atenas, año 429, una terrible peste está terminando y Tucídides escribe en su Historia de la guerra del Peloponeso: “ni el miedo a los dioses, ni el respeto de las leyes humanas contenía a ningún hombre”.

¿Qué decir hoy, cuando una nueva plaga parece subvertir todo orden?

Viejas preguntas y antiguos miedos reaparecen en nuestro horizonte. Incertidumbre, ansiedad, desamparo... son las sensaciones que dominan este tiempo inquietante, que vivimos no sin angustia.

No me propongo escribir un tratado sobre las pasiones, sino conjurar algunos saberes que se han establecido como dogmas.

Mi propuesta es desafiar el discurso de la tecnocracia y su pretensión de reducirnos a “un cuerpo amenazado”, sólo contorneado por la biología. Mi propuesta es hacer lugar a esos sentimientos que ésta pesadilla ha desatado, alojarlos, interrogarlos, mirar a los ojos al afecto que no nos engaña.

De otro modo, y negando nuestros brillos y opacidades, nuestra espesura humana, nos encontraremos cada vez más violentos y hostiles, sin comprender qué nos irrita, qué nos enoja..., que también son las sensaciones de estos tiempos.

Un virus ha puesto al mundo en estado de máxima alerta.

Su irrupción ha dejado a la humanidad a la intemperie, abatió ideales y certezas y nos dejó sin brújula ni horizontes…. “Andamos descaminados”, -como acuñó Freud en sus Consideraciones sobre la guerra, en 1915.

Efectivamente, un microscópico agente infeccioso ha desafiado a la ciencia que, de forma precisa e impostergable busca derrotarlo con urgencia. Y la pandemia ha desafiado a los gobiernos, y no son pocos los que, con la mirada de la biopolítica, han convertido derechos ciudadanos en obligaciones que han de ser cumplidas a cualquier precio, como si ello no tuviese costo.

Sin duda, hay un campo de acción en el que el conocimiento científico comanda las acciones. La biología, la epidemiología, el terreno del desarrollo del virus y contagio de la enfermedad...la vacuna – y de su mano un imaginario futuro sin riego-. Allí rige el saber de la ciencia. Ese es su ámbito.

Pero el “coronavirus” se despliega también en otro campo: el campo del fenómeno discursivo que la peste ha puesto en marcha. Ese es el terreno que intento transitar en este escrito. 

Y si digo discurso digo subjetividad, digo inconsciente.

Porque aún antes, desde el alba... alguien pronunciaba nuestro nombre.  Sí, llegamos al mundo inmersos en el universo del lenguaje que nos preexiste y nos constituye. 

Universo que moldea también nuestra subjetividad, conformada en torno a los significantes que la época promueve. Campo discursivo donde se entrecruzan determinados fantasmas colectivos, ideales sociales, acuerdos simbólicos y motivos caprichosos de placer y sufrimiento,[1]

Hoy, pandemia, cuarentena, portador, sospechoso, contagio, distancia social, aislamiento, tapaboca, conforman una apabullante secuencia metonímica comandada por el amo del sentido de la actualidad: “coronavirus”.

Expertos y gobernantes nos alertan que el virus se contagia fácilmente y que nadie puede sentirse a salvo. Precaución tras precaución, transcurren los días con un horizonte en el que “lo peor está por llegar”.

Sin embargo, nadie nos alerta acerca de la coagulación de sentido que el discurso de lo catastrófico ha viralizado.

Un discurso que no sólo da a ver impúdicamente conteos, comparaciones, olvidos y fracasos, sino que esgrime prevenciones y prohibiciones que suponen a la razón como guía del destino del humano.

Entonces, atónitos ante la explosión de explicaciones que replican sin cesar el llamado a la conciencia y la voluntad, vemos emerger al Bien como rector de todo acto.

“Quedarse en casa por el bien de todos”, “no tener contacto físico con quienes amamos por su bien y el nuestro”, taparnos la boca, controlar y denunciar a los “descarriados” ... y como si esto fuera poco “quedarnos sin rituales”, por nuestro bien... obvio.

Ritual, ese fenómeno exclusivamente humano que conjura el dolor, que inicia el duelo por lo perdido, que despide un tiempo...Rituales de paso: egresados, despedidas... y, entre ellos, el rito funerario -inscripción de la muerte en la memoria- su imposibilidad fue, tal vez, el mayor horror de este confinamiento. ¿El mayor acto de deshumanización, que se supone sin consecuencias?

Y quiero citar a Diana Sperling, una filósofa argentina cuyo pensamiento considero ineludible y quien, sin duda, ha enriquecido mi mirada en muchas ocasiones, ésta es una de ellas. 

En su escrito “Viejas y nuevas pestes” recuerda que, en 1909, Freud había sido invitado a Estados Unidos a dictar una serie de conferencias y, antes de desembarcar dijo: “No saben que le traemos la peste”.

“Esa peste, claro, era el psicoanálisis. Un cuerpo extraño que seguramente produciría rechazo en el organismo americano, tan orgulloso de su saber, tan convencido del valor de la voluntad y del yo “empoderado”.

En medio de esa jactancia, la creación freudiana venía a traer la duda y el malestar. 

Verdadera revolución que osó anoticiarnos que el sujeto ya no será el del dominio de sí y la consciencia.... sino el del inconsciente, ese extranjero que habita en nuestra propia casa.

Herida narcisista difícil de digerir por el soberano Yo, ese del “conócete a ti mismo y dominarás el mundo”.

Y mal que les pese a muchos, el ser humano no puede ser reducido a sus determinaciones orgánicas; la física y la química, la probeta y el microscopio lejos están de dar cuenta de nuestra complejidad y nuestros claroscuros”.[2]

No somos una “tropa biológica”, somos una comunidad afectada, de muy diferentes maneras, por una inquietante situación de excepción, que lamentablemente parece normalizarse.                                                                                                                                      

Y, ni la pandemia, ni la cuarentena, nos afecta a todos por igual.

Hay un movimiento que se despliega entre la incidencia de lo traumático en lo particular de cada quien y la pertenencia a ese colectivo dominado por la incertidumbre.

Acerca de los efectos particulares no tengo nada que decir, habría que escuchar a uno por uno.

Pero sí me pregunto por las consecuencias subjetivas    del desconocimiento de las pasiones, en este nuevo paradigma que los poderes van delineando.

De la negación de los afectos que desatan sus decisiones.

De la negación de la eficacia pulsional -negación que el creador del psicoanálisis ligaba a la hipocresía- exhortando a ser más sinceros, “dejar más espacio a la verdad y hacer que nuevamente la vida nos resulte más soportable”[3].

¿Pero cómo hacer un espacio a la verdad?

Creo que hay que subvertir el orden, dejar de correr el límite esperando lo peor, y tener coraje: arriesgarse a salir del Pandemónium y cruzar el Aqueronte dejando atrás el “imperativo virológico” -señalado por el pensador alemán Markus Gabriel-.

Y en esto quiero ser clara, no propongo un desacato. Ante el peligro de la peste hay que prevenirse, cuidarse, y cuidar al otro.

Propongo el amor ante el espanto.

Sé que no es fácil, porque la insistencia de los poderes en magnificar la eficiencia de lo ya conocido, en buscar garantías en cálculos y costos-beneficio y en seguir olvidando la imperiosa necesidad de fortalecer el lazo social como único camino hacia un “nosotros” comunitario hizo que nuevamente se subestimara el valor de aquello que nos hace verdaderamente humanos: el amor hacia el otro, en todas sus variantes.

Así, en algunos países se recurrió a órdenes, mandatos y culpas, olvidando los ejemplos en los que se llamaba a la responsabilidad, y que resultaban exitosos.

En nuestro camino no olvidemos que las consecuencias económicas, políticas, éticas y aún las subjetivas, no pueden ser pensadas al margen de cada escenario particular. No hay “consecuencias” estandarizables.

De lo contrario estaríamos cayendo en aquello que criticamos, la estandarización, la categorización, la respuesta placebo, el calmante oportuno.

Por eso, lo que digo con el poeta es, “navegar es preciso”. [4]

Navegar es recuperarnos “en la pandemia…en el confinamiento” ...

Navegar es deslizarnos por sobre el encierro discursivo que supone nuestra razón como fuente de posibilidad para el “manejo” de la adversidad... y permitirnos dar lugar a los sentimientos que afloran, abrazarlos, alojarlos..., habitar la angustia, la incertidumbre, los miedos.

Hacer agujero de sentido en la retórica catastrófica y arriesgar otra mirada.

Así podemos leer, por ejemplo, a los tantos italianos o españoles, haciendo música en los balcones, en el tan mentado “paseo del perro”, -que se prestaba para que todos salgan-, en aquellos argentinos proyectando dibujos en las paredes de los edificios cercanos….  maneras de inventar cómo hacer sociedad juntos, cómo hacer un lazo que no sea mortífero. Como dejar nuestra marca personal frente a lo común que nos aúna.

Que el miedo no nos haga callar, que el horror no nos deshumanice.

Finalmente llegará el momento en que una vacuna nos liberará del virus.

No hay vacuna contra el inconsciente.

Ante lo que nos toca, no claudicar en nuestro deseo... y hacer... lo posible.

 

Mónica Chama

Psicoanalista

Presidente del Consejo de la Mujer del Instituto Internacional de Derechos Humanos- América

 



[1]     López Héctor, “Soportar la vida” en “Psicoanálisis un discurso en movimiento” 1994

[2]     Sperling, Diana “Viejas y Nuevas Pestes”, Diario El Litoral, 3 de octubre de 2020.-

[3]     Freud, Sigmund “Consideraciones de actualidad sobre la Guerra y la muerte”, 1915

[4]     Poema de Fernando Pessoa.


jueves, 19 de noviembre de 2020

Arrogancia y Estupidez en los tiempos de la Pandemia por Dra. Hilda Catz PhD

 “Nos gusta pensar que nuestras ideas son una propiedad personal,

pero a menos que hagamos nuestro aporte en beneficio del resto del grupo,

no es posible movilizar la sabiduría colectiva que podría impulsar

 el progreso y el desarrollo”

Bion(1975)(p.112).

 

 

Introducción

Me propongo en este trabajo intentar hallar en algunos de los  aportes de Bion,  quien posee la experiencia de haber participado  tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial, elementos que nos ofrezcan la oportunidad de transformar en pensamientos la crisis civilizatoria darwiniana del siglo XXI que estamos atravesando.


Nos hallamos ante la peste de la abundancia de informaciones  y la literalidad de los acontecimientos que alimentan una curiosidad voraz al servicio de  la arrogancia y la estupidez, que consideraré desde la perspectiva de la conceptualización de Bion (1957-59), en el sentido de que  no promueven el conocimiento sino, al contrario, su negación y desmentida.


Pudimos observar este fenómeno en todos los ámbitos, del político al científico, en los comienzos de esta Pandemia, donde algunos se atribuyeron la arrogancia de las certezas sobre algo desconocido, la omnipotencia y su inevitable consecuencia en la estupidez de las declaraciones y discursos que escuchamos.  En efecto, aparecen en referencias dispersas y alejadas unas de otras, en el discurso, y evidencian la prevalencia de aspectos psicóticos de la personalidad velados que evidencian un desastre psicológico.


Como dice Gluksmann (1981) “Si la estupidez no se diera aires de inteligencia, no engañaría a nadie, y la vanidad de sus comedias quedaría sin consecuencias” Pero tuvo trágicas consecuencias.

 

Desarrollo


Estamos ante una catástrofe, palabra que deriva del griego katastrophe de dimensiones insospechadas y, podría decirse, sin precedentes, que permitan contener la fuerza devastadora de sus consecuencias.


Bion (1970) trabajó mucho estos conceptos, y decía que cuando un hecho nuevo se acerca a la mente de un individuo, un grupo, un pueblo o de un estado se aproxima una Catástrofe o un  Cambio Catastrófico, que podría llegar a ser un cambio en el sentido de la evolución si ese hecho puede ser albergado para que evolucione como crecimiento mental.


En épocas de la Peste como la que estamos viviendo, la posibilidad de transformar la Catástrofe en un Cambio catastrófico habilita la perspectiva de la esperanza, como decía Pichon Riviere (1971) “en tiempos de incertidumbre y desesperanza es imprescindible gestar proyectos colectivos desde donde planificar la esperanza junto a otros”. Es necesario resistir y soportar la turbulencia, la violencia física y psíquica que implica la subversión de los valores de lo ya conocido que arrastra esta especie de Tsunami viral, y no desmentir ni desconocer sus trágicas consecuencias. Bion (1994) nos decía que hay dos cosas de las que un analista no puede  olvidarse: “la sociedad en que vive y lo obvio o sea  el sentido común” (p. 42).


Esta apocalíptica pandemia de coronavirus nos ubica frente a nuestra vulnerabilidad,  el miedo, las pulsiones más primitivas que impone el aislamiento, y el darwinismo de elegir a los que van a vivir en esta crisis sanitaria del siglo XXI. Nos vemos obligados a atravesar el duelo por lo que ya no podrá ser igual, y por el hecho de que mucho de lo que antes valía ahora puede no servir y volverse en contra.


Por ejemplo, el otro empieza a ser alguien de quien hay que resguardarse, un desconocido temido del que hay que aislarse, donde incluso los que se consideran amigos pueden transformarse en enemigos, y lo familiar en siniestro por el peligro del contagio. Se movilizan de esta manera angustias profundas que irrumpen en el mundo interno  potenciadas por el mundo externo que se ha vuelto atemorizante.


Tratar de atravesar el corte que provoca esta Pandemia con todo lo conocido, lo valorado, lo amado y vivenciado como propio de lo humano, nos demanda el coraje de poder ir aceptando nuestra fragilidad y vulnerabilidad humana, armando continentes como modelos conjeturales, absolutamente descartables.

De esa forma, se trata de sostener la invariancia que hay en toda posibilidad de Cambio en el sentido de la evolución, del crecimiento mental que desde esta perspectiva  se apoyaría en la invariancia de la mirada psicoanalítica, como un continente para pensar lo impensable pese a la incertidumbre de  lo que estamos viviendo.


Bion (1970) advierte que cuando no se puede atravesar ese puente a lo desconocido en pos de un cambio catastrófico, o sea en el sentido de la evolución,  que implica una elaboración de duelos por lo que fue y lo que pudo haber sido y no fue,  es cuando el futuro en vez de estar lleno de deseos, está lleno de recuerdos y es el pasado el que esta poblado de deseos. Se produce entonces lo que llama la fusión nostálgica, que no permite que el futuro esté lleno de deseos, sino que está congelado en los deseos de un pasado que por supuesto nunca podrán realizarse por lo que el futuro quedaría  lleno de recuerdos y el pasado lleno de deseos que paralizarían  la evolución mental.


La propuesta podría ser dejar de lado las preconcepciones y prejuicios del pasado que empañan la mirada hacia lo “por-venir” del porvenir sin desconocer su profunda gravedad e imprevisibles consecuencias. Tolerar la incertidumbre, la falta de certezas,   y la duda como formas de preservar la salud mental, aun y con más urgencia en el medio de la tormenta, que nos enfrenta con lo impredecible de nuestra fragilidad psíquica, social y política.


Algunas Conclusiones


Este trabajo trata de hacer  una reflexión vinculada al riesgo que implica la exacerbación de las posicionamientos fanáticos, omnipotentes, arrogantes y la necesidad de promover la posibilidad de generar afectos e intimidad mediante los vínculos y los lazos humanos que los acompañan. Sabemos que  la presencia del otro, del semejante es fundamental en el proceso de constitución subjetiva, así como también  en las situaciones de crisis y catástrofes que tanto intimidan y donde aparecen con toda su fuerza las necesidades de apego y protección, buscando tramas que alberguen  lo público y lo íntimo.


Nos hallamos ante la necesidad de crear teorizaciones y prácticas ligadas a lo que la subjetividad y la sociedad presenten, de delinear modelos conjeturales y descartables, para teorizar y transformar estas nuevas formas de vincularse. Poder hacer un pasaje del exilio obligado de dejar de encontrar-nos hacia el éxodo elegido de nuestras propias búsquedas internas para descubrir nuevas formas de seguir habitando nuestros territorios vinculantes donde la incertidumbre es una de las formas de lo posible.


Se subraya con mayor evidencia que la existencia del psicoanálisis dependerá de su capacidad de transformación en un mundo que cambia y también cómo y en qué dirección nos cambia, donde las resistencias desde el interior mismo del psicoanálisis pueden impedir el surgimiento de lo nuevo, aislándolo de otras disciplinas o de la sociedad.


Puede decirse que estamos ante una crisis en los modos de ser de los psicoanalistas, donde todo o casi todo cambia o puede llegar a cambiar; pero no con una crisis del psicoanálisis en sí mismo, sosteniendo la mirada psicoanalítica  en una urdimbre entretejida de esfuerzos que vinculan.


Tratando  de que no se aplane la curva de la subjetividad ya que  todos pasamos fácilmente a ser huéspedes de un virus incontrolable, un número que anula  la singularidad, el caso por caso motor de la dinámica psicoanalítica,  donde hasta la muerte se deshumaniza pasando a ser una  muerte anónima.


Nos encontramos  como dice Recalcatti (2020) con un imaginario que  fue colonizado por lo real, y la angustia por la pérdida no es como en la  depresión clásica, sino que invierte el futuro donde el objeto perdido es el mundo tal como lo conocíamos hasta ahora. Considero que se subraya de esta manera el peligro de la arrogancia que niega la existencia del virus, donde la supuesta celebración de la  vida, paradójicamente, se presenta como una de las  formas  de la afirmación de la pulsión de muerte, desmintiendo  la castración y  la inevitable presencia y convivencia con el virus por tiempo indeterminado y su probable recidiva. 


A lo que se agrega el riesgo de que permanezcan indelebles los duelos, pérdidas y  ansiedades padecidos pero no sentidos en toda su dimensión, que podrían tener desenlaces imprevisibles para la salud física y mental actual y futura tanto de los pacientes como de los analistas.


La propuesta sería poder superar  nostalgias y añoranzas del pasado y del presente que impiden que lo obvio de la pandemia  nos implique en una ineludible relación de dolor. Tratar de ir  modificando la angustia en lugar de evitarla mediante la estupidez y la desmentida de este pasaje acelerado desde una condición de omnipotencia en la ciencia, la política, la economía, a la impotencia y a un estado de perplejidad difícil de sobrellevar que podría deslizarse fácilmente  hacia la creación de dogmas o ideas fanáticas que conducen por  una senda irreversible.


No hay que olvidar tampoco que ante una amenaza frente a la cual no hay fuga posible, puede exacerbarse el predominio de los aspectos psicóticos de la personalidad –  sea de un grupo, de una sociedad, etc. – que se detectan bajo la forma de elementos dispersos en un discurso  referido a la arrogancia y la estupidez, donde la arrogancia se erige omnipotente en el lugar de la carencia.


Cuando a Hanna Segal (1987)  se le pidió su opinión acerca de lo que el futuro depararía para el psicoanálisis, mantenía la idea de que era fundamental continuar prestándole atención al poder de la parte psicótica de la personalidad, tanto en el paciente, como en la mente del analista y en el mundo socio-político. Decía que “Los psicoanalistas hemos de ser neutrales en nuestro trabajo en el consultorio, pero no neutralizados por las situaciones sociales”. Apelaba, así, a la responsabilidad y al compromiso público que tenemos como profesionales y ciudadanos,  en su valioso artículo de 1987 “El silencio es el auténtico crimen”.


Y en este sentido de la interrelación entre el psicoanálisis y el mundo socio-político,  quisiera relatarles un hecho paradójico que considero que posee una fuerte potencialidad simbólica. Se trata de una frase de Segal, H. (1991) que fue utilizada en un ámbito totalmente inesperado y sin que la propia autora tuviera conocimiento de ello, cuando se lanzó una convocatoria para presentar proyectos para construir un mural después del ataque terrorista en Nueva York el 11 de septiembre de 2001 pensado para simbolizar la continuidad de la vida después de la destrucción.

 

 “Es cuando nuestro mundo interior está destruido,

muerto y carente de amor

y cuando nuestros seres queridos se vuelven fragmentos

y estamos inmersos en una indefensa desesperación,

que debemos crear nuestro mundo otra vez,

juntando nuevamente las piezas

infundiendo vitalidad a los fragmentos muertos

para recrear la vida”

 

 Bibliografía


Bion, W. F. (1957-59) “Volviendo a pensar”. 4ª ed. Buenos Aires, Hormé, 1977.

 --------(1966) Aprendiendo de la experiencia. Buenos Aires,  Paidós, 1974

 --------(1970) Cambio catastrófico. Revista de Psicoanalisis,Vol.38,Nº4, 1981

---------(1977) La Tabla y la Cesura, Gedisa, Bs Aires.

---------(1994) Cogitaciones,  PROMOLIBRO. Valencia, 1994.

Catz, H. (2020). Environmental crisis and pandemic. a challenge for psychoanalysis. Frenis Zero Press.

Catz, H y colaboradores  (2020)Las redes de los humano, lo humano de las redes” Trabajando en cuarentena y en la Post-Cuarentena” Vergara editorial, Bs.Aires

Catz, H y colaboradores (2020). Trabajando en cuarentena y en la post-cuarentena en épocas de la Pandemia. Transformaciones e invariancias, Vergara editorial, Bs. Aires

Catz, H y colaboradores (2020). Psicoanálisis de Niños y Adolescentes, trabajando en cuarentena en tiempos  de la Pandemia,  Vergara editorial, Bs. Aires.

Catz, H.(2019). Tatuajes como marcas simbolizantes, la relevancia clínica de los tatuaje para el procesos Psicoanalitico”, Vergara Editorial, Buenos Aires.

Gluksmann, A. (1981) Cinismo y Pasión, Gallimard, Paris.

Pichon-  Riviere E. ( 1971 ) - Del psicoanálisis a la psicologia social . Buenos Aires , Galerna ; 1971,342

Recalcatti, M. (2020) Simposio de la Asociación Psicoanalítica Argentina, Buenos Aires.

Santamaria, J.(2020) “Momentos y Cesuras en la experiencia del Covid 19” en Catz, H. y colaboradores (2020): Las Redes de lo humano y lo humano de las Redes, p.253

Segal, H. (1991) 'A psychoanalytical approach to aesthetic' ['Enfoque psicoanalítico de la estética'].

Segal, H. (1987), “Silence is the real crime”, International Journal of  Psychoanalysis, núm. 14, pp. 3-12.

 Dream, Phantasy and Art [Sueño, Fantasma y Arte] (1991), Psychoanalysis, Literature and War [El psicoanálisis, la literatura y la guerra] (1997), y Yesterday, Today and Tomorrow [Ayer, hoy y mañana] (2007).

 

   Dra. Hilda Cats PhD

 

  Psicoanalista – APA

  Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina

 Coordinadora  del Departamento de Niños y Adolescentes de la Asociación Psicoanalítica  Argentina "Arminda Aberastury"

 

 

 

 

 

 


jueves, 5 de noviembre de 2020

Coronavirus: Pandemia, angustia y desencuentro por Jorge Eduardo Catelli

 

«La palabra es un virus. Quizás el virus de la gripe fue una vez una célula sana. Ahora es un organismo parasitario que invade y daña el sistema nervioso central. El hombre moderno ya no conoce el silencio. Intenta detener el discurso subvocal.

Experimenta diez segundos de silencio interior. Te encontrarás con un organismo resistente te impone hablar.

Ese organismo es la palabra.»

William Burroughs, El boleto que explotó cit. de Franco Berardi. 2020, p. 35.

 

1.    Irrupción. “Como yo has de ser, como yo no has de ser”. Algunas preguntas iniciales.

 

De un momento a otro ingresamos en una serie distópica: el COVID19 irrumpió y produjo efectos a nivel mundial. Día a día surgen nuevos datos, conteo de contagios, de muertes en escaladas escalofriantes y las indicaciones entre contradictorias y apabullantes de “quedarse en casa”, “no tocarse”, “no tocar”, “lavarse muchas veces las manos”, “mantener distancia”, “usar barbijos”, “no usarlos”, “hacer máscaras de plástico caseras”, “no hacerlas porque de nada sirven”, además de las últimas sugerencias del Dr. Fauci, de “no volver a darse la mano nunca más”.

La evidente transformación política y del mundo a la que estamos asistiendo, efecto -¿y causa?- a su vez de esta misma pandemia, que intentan capitalizar muchos de quienes encarnan el ejercicio del poder, muestran reacciones dispares y por momentos desesperadas: decretos cuyas firmas son empujadas por la opinión pública, la búsqueda de una suba de la popularidad, junto a videos circulantes de épicas proezas que muestran a los mismos políticos en un rictus a veces maníaco, otras presumiblemente serenos, pero con rasgos disociados que expresan terror, desconcierto o actuaciones patéticas de estudiantes de teatro de nivel inicial.

Los cuerpos vuelven a ser, cada vez en un mayor primer plano, bastiones sitiados del biopoder y renovados objetos de la biopolítica, siendo nuestras casas -para quienes alguna tienen- las nuevas celdas del panóptico. La convocatoria masiva desde el poder en su biocontrol, es eficaz en el desarme de la colectivización, la instalación de la sospecha respecto del otro, la estimulación de la denuncia y la vigilancia cada vez más aguda de las poblaciones, ahora a condición del terror difundido por los medios masivos de comunicación, asociados con la singularidad del morbo de cada quién y bajo la aparentemente saludable convocatoria al encierro y al llamado “home office”.

Y allí mismo, ante las determinaciones desde el poder, las órdenes contradictorias del extracto de superyó externalizado en diversas voces de “la última verdad”, cobran la más contundente realización, junto a la sumisión generalizada ante el encierro, el control y la vigilancia, legitimadas por la fuerza pública, con pequeños burócratas encaramados en su pequeño y autoritario poder, la casi absoluta y esmerada negación respecto de hablar de los efectos del encierro, de acuerdo a la estructura en que cada uno ha quedado organizado y en relación con la singularidad subjetiva -valga la redundancia conceptual-. Y así se pretende sostener la salud desde el encierro: ¿qué salud?... ah, sí, la de los cuerpos que no deberían contagiarse con el coronavirus. ¿Y dejaremos la salud reducida a esa dimensión orgánica?

 

1.    Coronado de “prójimo” sea el semejante. 

Nuevamente surgen, estimulados por las estigmatizaciones y la violencia inherente al ser humano, la desconfianza ante quien está del otro lado del “river”. Así se distinguía en algún tiempo medieval quién era “de los propios” y quién era un “rival”.

La experiencia con el semejante, siguiendo los lineamientos de pensamiento de Freud, puede ser comprendida como la acción inaugural del lazo social. Aquella afirmación freudiana acerca del sufrimiento, que “nos amenaza por tres lados”, pareciera cobrar un renovado sentido, en la intersección de esas tres fuentes: el propio cuerpo, el mundo exterior y las relaciones con otros seres humanos. La vivencia de un cuerpo frágil, amenazado por la posibilidad de hospedar a un virus que inocula un programa “informático” certero y enfermante, respecto del que hay que defenderse, porque proviene de un mundo exterior peligroso, constituido justamente por los otros seres humanos, que repentinamente se erigen como potenciales transmisores de la peste, cobra renovada intensidad y presencia cotidiana. La angustia que ya no se agota en sus señales, anticipándose al peligro, comienza a presentarse en un modo continuo y agobiante. Y ahora un poco más alertada, ante la proximidad de los otros. Es el último factor referido, “los otros seres humanos”, el que es planteado por Freud como “el sufrimiento [que] quizá nos sea más doloroso que cualquier otro”.

Así como “vecino” es la palabra que usamos para designar a la persona que vive en el mismo barrio o aquellas cosas que están cerca, nuestro vecino es aquel que habita una vivienda cercana a la nuestra y las ciudades vecinas son aquellas que están situadas en los alrededores de la propia. El vecino, cercano, el siguiente, el próximo, el Nachbar, es como neighbour, aquél que está a continuación, al lado, cerca. Cada uno sabe cuántos problemas podemos tener con los vecinos y todos los sufrimientos que pueden y suelen provenir de esos vínculos con esos otros seres humanos, junto también, con la potencial solidaridad, cercanía y lazo social. El vecino puede oficiar de representante de ese semejante (símil) en quien reencontrar algo conocido, solidario y amable, que puede despertar el deseo de cercanía que define ese lazo –una dimensión del “Nebenmensch”-; o bien representar al prójimo, (próximo pero ajeno) en tanto el extranjero temido, algo del desconocido que despierta el terror del encuentro con lo irreductible de “lo otro del otro” –otra dimensión de aquél “Nebenmensch”- que despierta el narcisismo de las pequeñas diferencias. La presencia amenazante del COVID19 soportado por el cuerpo de los otros, potencia la peligrosidad de éstos, con lo cual surge la primera respuesta: defenderse del otro.

Casi en simultáneo a la llamada “gripe española”, Freud cita un trabajo de 1902 de Ernest Crawley, quien con expresiones que difieren poco de la terminología empleada por el psicoanálisis, señala que cada individuo se separa de los demás mediante lo que él llama un “taboo of personal isolation” {«tabú de aislamiento personal»} y que justamente, en sus pequeñas diferencias, no obstante, su semejanza, en todo el resto, se fundamentan los sentimientos de ajenidad y hostilidad entre ellos. En este sentido, se puede tomar la figura del “prójimo”, en su dimensión de ajenidad, ¡y respecto del cual hay que aislarse!

Surge entonces, creo que necesariamente, la pregunta acerca de cómo pasar de “cuidarse del otro” a “cuidarse con los otros”.

 

2.    Y el psicoanálisis, aún. Un deseo decidido. 

La práctica psicoanalítica no dejó de quedar afectada por la cuarentena establecida. El virus afectó también a nuestros tratamientos y en esa misma afección, las diversas posiciones de quienes llevamos adelante el trabajo analítico con nuestros analizantes: desde las posiciones más radicales, - cada vez las menos- se plantea no poder seguir adelante sin la asistencia presencial, no sin entrar en conflicto con la autoconservación más primaria y en franca expresión de una ortodoxia inflexible y / o tal vez, de un analfabetismo tecnológico. Los cuerpos inmóviles, con la mirada apartada, recostados en el diván, son hoy los mismos cuerpos que estamos extrañando en nuestros consultorios y preguntándonos cómo poner en juego a través de las plataformas que las tecnologías ofrecen. Skype, Zoom, Facebook, WhatsApp, Hangouts y otros, son los nombres posibles de la continuidad cierta de los análisis y, junto a éstos, las preguntas formuladas en voz baja entre los mismos analistas, acerca de qué hacer o cómo hacerlo: con o sin cámara, con saludo con cámara o sin él, con o sin auriculares, etc. El deseo decidido del analista, vuelve a producir algo de un encuentro definido por su imposibilidad, de un sujeto que no es individuo y que nunca acude a la cita, ya sea en el consultorio, por skype o por WhatsApp y, de este modo, vuelve la palabra a ser el virus que infecta al organismo, transformándolo una vez más en cuerpo erógeno, en un recorte de esa experiencia en un “entre”, que inaugura otro contagio necesario de nuestra práctica clínica: la transferencia. Ha de ser esa otra escena, la transferencial, la que alojará al virus que habita y vehiculiza nuestra práctica clínica.

 

1. De una experiencia lejana, resignificada en tiempos de Coronavirus. 

Desde hace algunas décadas comencé el trabajo "a distancia", en una suerte de consultorio sui generis, que había comenzado en mi hospedaje universitario en la ciudad de Munich, cuando hace más de veinticinco años, me encontraba, llevando a cabo estudios de posgrado en aquélla ciudad, convocado por la urgencia de otro huésped, quien infructuosamente protagonizaba una escena de amenaza de suicidio.

Se trataba efectivamente de un compañero griego, ahora viviendo en aquél edificio en común, que -tal vez a condición de la diferencia de edad, y siendo yo el único profesional graduado y más "viejo" a los veintipico de años, de esa comunidad- había desplegado ciertas transferencias imaginarias, recuperándolo a posteriori, por un rasgo semejante, “ser también del sur”. En aquél entonces, “extrañar el clima”, “odiar la nieve en el calzado” y soñar una y otra vez con los mares azules de su grecia natal, eran tema permanente de conversación.

Luego de resolver aquella situación de intento de pasaje al acto, de aferrarse a algo de un discurso compartido y de haber literalmente “abierto las puertas”, pude recibirlo en un improvisado consultorio armado en aquél edificio, hasta que finalmente regresé a Buenos Aires, mientras que él siguió en Alemania, con la perspectiva de continuar con los proyectos, aún por aquél entonces, ajenos a su deseo, de los negocios de su familia en aquél país. 

Con extrañeza, con cierta creencia superyoica de estar intentando algo que no estaba permitido por la ortodoxia psicoanalítica -que de hecho no lo estaba- y aún sin saberlo, comencé así mi primer tratamiento psicoanalítico telemático. Era un tratamiento complejo por las razones formales de no ser en mi lengua materna, y a la vez, simultáneamente sencillo, por no tratarse tampoco de la lengua materna del otro. Su acento en alemán era muy similar al mío, porque el español rioplatense tiene la cadencia y la pronunciación parecidas a la del griego actual. Era otra tierra en común: la de un idioma que visitábamos para encontrarnos, o para ir a sabiendas, a ese desencuentro, con el horizonte de esa nueva imposibilidad, con un acento similar y con errores de declinaciones que nos perdonábamos mutuamente para avanzar en el desciframiento de las situaciones inconscientes, políglotas y llenas de lágrimas y sollozos que dificultaban sus frases y mi esfuerzo por acceder a aquellos sintagmas.

Ése y otros tratamientos a distancia que se fueron sucediendo, requirieron de ciertas condiciones para que no creciera demasiado mi propia angustia ante la realidad de mis pacientes a miles de kilómetros de distancia. Percibir que el otro “se estaba desangrando en una hemorragia de angustia”, conmigo a una distancia medida en horas de vuelo, era una representación perturbadora, que debía reinterpretar una y otra vez para comprender los materiales y poder intervenir, disolviendo -a menos en parte- mi propio costo de angustia. 

Todo era -visto en perspectiva de “Nachträglichkeit”-, una preparación y entrenamiento para mis sesiones de estos tiempos, en la época del COVID19. Hoy continúo con mis pacientes que viven a poquitas cuadras, como con aquellos que están a varios miles de kilómetros: nos saludamos con la cámara, habiendo acordado un cierto encuadre a la distancia, mi paciente se ubica en un lugar también cómodo, privado y apagamos las cámaras. Al menos la mía, seguro. Tal como advertía Freud, me agoto ante la mirada permanente del analizante, quien me deja permanentemente escrutado, como el paciente que no puede dejar de darse vuelta en el diván, controlando al analista. Claro que esto es del orden de la singularidad: algunos piden verme más tiempo, otros llaman directamente sin cámara, algunos muestran las resistencias y sus escenarios transferenciales en olvidos propios de las mejores expresiones inconscientes, con teléfonos sin carga, cables de carga olvidados y otras delicias de las tecnologías y su castración, con la que también en estos territorios, nos vamos encontrando y haciendo tejidos diversos.

Hay pacientes que transfieren la frustración y el enojo de modo directo y sin escalas. El virus de la transferencia sigue contagioso, activo y duradero. Algunos dicen “no poder” por las vías digitales, a distancia. Otros “no querer”, como un sintagma determinado y cristalizado por un supuesto sujeto aparentemente unificado. Es ahí que voy tentando en cada caso, cosas diversas. En algunos, envío un mensajito “entre la cita y el enigma”, leyendo las últimas asociaciones escritas en el WhatsApp, en su hora vacía, o más bien llena de silencio. En otros, llamo y escucho. Otras veces, espero.

Indefectiblemente pienso en Freud en tiempos de guerra y de posguerra, un tiempo llamativamente fecundo y productivo en su vida científica. Y una y otra vez, ante las preguntas por los mínimos ruiditos que voy interpretando on line, y voy agudizando en mi registro de mi propia necesidad de autoconservación, las resistencias desplegadas y los universos que la escucha abre, evoco una y otra vez, aquélla cita que veinticinco años después, agregara Freud a su obra magna de 1900:

“La tesis tan perentoriamente formulada aquí, ’Todo lo que perturba la prosecución del trabajo es una resistencia’ podría dar origen con facilidad a un malentendido. Desde luego, sólo tiene el valor de una regla técnica, de una advertencia para el analista. No debe dudarse de que durante un análisis pueden producirse diversos hechos ajenos a la intención del analizado. Puede morir el padre del paciente sin que él lo haya matado, también puede estallar una guerra que ponga fin al análisis. Pero tras la manifiesta exageración de esa tesis se esconde un sentido novedoso y correcto. Por más que el suceso perturbador sea real e independiente del paciente, a menudo depende de este el grado de perturbación a que da lugar, y la resistencia se evidencia inequívocamente en el pronto y desmedido aprovechamiento de una oportunidad tal.”

Jorge Eduardo Catelli

Psicoanalista

Full Member and Analyst Trainer at the International Psychoanalytical Association

Miembro Plenario de la Federación Psicoanalítica de América Latina

Miembro Titular en función Didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina Profesor e Investigador de la Universidad de Buenos Aires

jueves, 29 de octubre de 2020

Tratamiento analítico de un niño durante la pandemia a través de la pantalla por Viviana Isern y David Rosenfeld

En este duro tiempo que impone tantas distancias y pérdidas el tratamiento de niños severamente perturbados pasa por una difícil prueba de continuidad. Cómo llevar adelante la sesión en la virtualidad  con un niño cuya patología hace que esté muy lejos de sentirse otro. Los padres son los garantes del tratamiento y el sostén de la subjetividad del niño, en la virtualidad ese sostén se hace palpable. La realidad vincular y la vida cotidiana del niño empiezan a tallar en la sesión de una manera inesperada. 

Entendemos que esta pandemia, entre  cuestionamientos  y serios  replanteos técnicos,  es una importante oportunidad para que los psicoanalistas de niños pongamos el foco en cómo tomamos en cuenta dentro del tratamiento la calidad de esa relación primaria entre padres e hijos, el valor que le damos y nuestros esfuerzos por  incluirla. 

Nos interesa traer un recorte del material de Lorenzo, para poner en relieve cómo el niño pudo valerse de sus padres que hasta poco antes del aislamiento social habían estado presentes en las sesiones, para armar una continuidad productiva  con su analista en el tratamiento psicoanalítico por tele asistencia en un momento particularmente difícil para él. 

El niño hoy tiene cinco años y tenía tres cuando comenzó el análisis, presentaba híper movilidad, la mayor parte del tiempo no miraba a los ojos, parecía no escuchar, no señalaba, su atención iba de una cosa a otra en segundos y era una furia desatada ante cualquier contrariedad con un gruñido sostenido como de animal. No hablaba aunque sí presentaba una jerga inentendible e ininterrumpida cuando no gruñía. Se hacían imposibles las rutinas, la madre le daba el celular la mayor parte del tiempo para atajar berrinches constantes frente a las rutinas diarias. 

Lorenzo había tomado  pecho hasta los 2 años y 8 meses siendo imposible destetarlo antes por  el llanto y los golpes a la madre. El niño se tomaba del pezón a todo momento, ante cualquier situación de sufrimiento  se prendía del pecho  pero sin pasar por la persona de la madre. En una ocasión ella se enferma, deciden sacarle el pecho, el niño acepta pero a partir de ahí no desvía la vista del televisor, deja de interactuar con los padres,  tampoco responde al nombre hasta que hacen la consulta.  
En las sesiones, aquellas sí presenciales y con toda la familia, dentro de un devenir imparable  por el consultorio de tocar juguetes, apareció una primera y pequeña escena con gritos de terror que llegaron para quedarse. Luego esto mismo de alguna manera entendimos pedía jugarlo con la mamá para que ella también grite espantada, este juego de los  gritos de terror nos acompañó gran parte del tratamiento, entendemos que  recuperando  y elaborando  miedos de la madre y del  bebé pequeño cuando ambos eran uno.

Luego pudo empezar a tallar en la sesión un títere  que en manos del analista  quiso ser su amigo, al que el niño empezó a atacar con todo su cuerpo y  a morder. Ese títere soportaba sus embates y entre protestas juguetonas esperaba con paciencia llegar a ser su amigo. Hubo un momento muy crítico producto de una separación de dos semanas donde pudimos atravesar los arrasadores  sentimientos   que este niño experimentaba frente a la separación del analista, atravesamiento sólo posible a partir de la sostenida interpretación de la transferencia.  Sus papás pudieron palpar como testigos azorados el nivel de sufrimiento y desconsuelo que se desplegaba en la sesión.

 Lolo mejora notablemente, comienza a confiar en su terapeuta, en sus padres, se destraba el intercambio amoroso. Empieza  a tomar del ambiente,  a escuchar con atención, desaparece la jerga y se inicia la comunicación hablada que avanza rauda. Lorenzo progresó mucho y los padres  ya habían quedado en la sala de espera para cuando aparece el peligro del Covid 19. Cuando comienza la cuarentena  su mamá estaba embarazada de pocos meses y   Lorenzo venía trayendo fantasías de deseos canibalísticos muy acentuados en sus juegos  a través de la personificación de un dinosaurio. Estábamos en estos acuciantes contenidos fantasmáticos cuando se interrumpen nuestros contactos presenciales a raíz de la pandemia.

La primera vez que se produce la conexión con ambos padres  por videollamada el niño no está frente a la pantalla y cuentan sus papás que Lorenzo está en el baño, no va de cuerpo hace varios días. Hablamos de las pérdidas que el niño está sufriendo, de su retención como una manera de guardar a tantos otros que no ve, que hay que explicarle tantas pérdidas.  Uno de ellos finalmente al volver del baño dice contento que Lolo por fin hizo.  Se les pide que la próxima esté cerquita del celular para saludarlo.  A la siguiente sesión, tiene dos semanales, Lorenzo viene hacia el teléfono,  saluda y dice que quiere ir a la casa del analista. Los padres le explican que no puede,  llora con desconsuelo. El padre lo toma en sus brazos y lo contiene. Su analista a su vez le dice que también lo extraña mucho pero que el bichito que enferma está en las calles y no se puede salir por ahora, llora pero luego logra despedirse con calma.

A la siguiente sesión desde la pantalla del celular se ve  que están en el patio de su casa ambos padres y el niño rodeado de juguetes.  Lolo juega con sus papás  a representar  a un dinosaurio que huele, amenaza y devora si percibe algún movimiento en los padres. La intervención del analista apunta a que el  dino-Lolo  quiere comerse  a la mamá para que no se vaya con ningún otro bebé, para que se queden con él. En otra sesión el dino-Lolo quiere robarle los huevos a una gallina que sostiene en su mano la madre.  La gallina-mamá grita espantada, defiende los huevitos, el dino-Lolo  amenazante quiere robarlos, hay mucha tensión y angustia en la sesión  con los gritos de la gallina-mamá  y el dino-Lolo que no cede en sus intenciones de hacerse con ellos. El analista arma una pregunta ¿será  que todos los huevos son de la gallinita? ¿será que  el dinosaurio también quiere tener sus propios huevitos para poder cuidarlos…? Ante esta intervención Lorenzo  se calma y ya no amenaza, la madre también se alivia, Lolo se lleva algunos huevitos para cuidarlos. En la próxima sesión juega a que el dino-Lolo  toma con sus dientes a cada animal y lo tira lejos con la boca. Pero de pronto trae a la escena un dino-bebé que está rompiendo su huevito. Lorenzo toma un Dino gigante que lleva en su lomo al dino- huevito y le da de comer, lo tapa y lo cuida.  La intervención apunta a que  parece que el dino-papá cuida al bebé y lo lleva en su lomo… Intervengo comentando estas acciones  de cuidado hace dormir a toda la familia de dinos.  Luego toma el celular desde donde le hablo y busca cierta intimidad conmigo,  él se sienta en la que fue su sillita mecedora  que la madre está reflotando para el nuevo bebé, la intervención apunta a que está recordando cuando era un bebé chiquito y era alimentado.  Para sorpresa nuestra  y de sus padres acercándose  a la pantalla da de comer y beber con ternura  a su analista con tacitas y comiditas de juguete, entendemos que lo hace muy lejos de la lógica de arbitrariedad y persecución que lo inspiraba. 

Sabemos que el trabajo es de largo aliento pero  desafiando la cuarentena, con la estrecha alianza de sus padres, devenida ahora disposición al juego,  las acuciantes urgencias de Lolo como la perentoria necesidad de elaborar sus fantasías canibalísticas y  su deseo de ser él también gestante  pudieron ponerse en escena,  ser jugados y nombrados para procesar su aguijoneo interno.

Autores: 
Lic. Viviana Isern 
Dr. David Rosenfeld 
Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires

lunes, 20 de julio de 2020

La cuarentena y el pan nuestro de cada día por Carlos Barredo


                                                                                                           Ognuno sta solo
                                                                                                                                                      sul cuor della terra
                                                                                                                                                      trafitto da un raggio de sole.
                                                                                                                                                      Ed é subito sera…
                                   
                                                                                                               Salvatore Quasimodo[1]
                                                                                                       
La pandemia nos confronta con una situación inédita y de consecuencias tan imprevisibles como inciertas para nuestro futuro inmediato. Sobre afirmaciones de este tipo parece haber un consenso extendido. En este breve escrito quiero sólo centrarme en dos aspectos afortunados de nuestra labor como analistas y en una reflexión sobre el uso del lenguaje que surgió como efecto del aislamiento por el que estamos afectados.

La primera constatación grata, es que casi todos los analistas de los que tengo noticias han podido preservar su tarea por medio de la utilización de herramientas virtuales. Esto nos brinda una privilegiada tranquilidad respecto de nuestro medio de subsistencia, en comparación con varios ámbitos profesionales que no han podido gozar de esa posibilidad.

La emergencia abrupta, extendida e inesperada, de esta modalidad de trabajar, en el panorama de la tarea cotidiana de los analistas, no puede pensarse sin una incidencia decisiva sobre discusiones instaladas, hace ya un tiempo, en la comunidad analítica. En ellas se debatía, con intensidad creciente, acerca de similitudes y diferencias, ventajas y desventajas de este tipo de tratamientos a distancia. Como suele ser habitual en este tipo de controversias, los bandos se repartían entre los entusiastas promotores, cuando no propagandistas, de las nuevas formas de abordaje y los no menos enérgicos defensores de las condiciones presenciales, imprescindibles a su entender, para poder llevar adelante una cura concebida como analítica. Sumado a que todas estas discrepancias se resaltaban e incrementaban cuando eran referidas a los análisis de formación que deberían ser reconocidos como tales por las Sociedades componentes de IPA.

En el paisaje que daba lugar a estos intercambios, la irrupción de las condiciones actuales funcionó a la manera de un viento huracanado que pone a prueba la consistencia de los cimientos conceptuales que sostienen nuestro quehacer. La aceleración así impuesta, por condiciones de hecho, al debate en curso, plantea como difícilmente posible (entiendo que tampoco deseable) imaginar una vuelta a las condiciones del “statu quo ante”, del huracán. El retorno a las condiciones presenciales en nuestra praxis debería necesariamente incluir una reflexión sobre las nociones que hacen al fundamento de nuestra disciplina y las relaciones que mantenemos con ellas. Lo contrario sería dejar pasar la oportunidad de hacer experiencia de lo vivido. Necedad de la que históricamente hemos dado muestras de no estar exentos y que podríamos reproducir en un escenario de regreso a lo anterior,  con la convicción de estar ya vacunados contra cualquier amenaza de cambio, aferrados a la omnipotencia de creencias dogmáticas, a prueba de cualquier devenir temporal.

 Un “beneficio” colateral constatable (contrapunto con la noción de “daño”), es la mayor cercanía, alfabetización y familiaridad con los medios tecnológicos, impuesta por las circunstancias, para muchos de nosotros ahora incluidos en la categoría de “población de riesgo” (¿de fosilizarnos?). Beneficio que debería contribuir a calmar la inquietud existente por el “agement” en nuestra comunidad analítica cercana.

La segunda buena nueva es la comprobación, con satisfacción y sorpresa en ocasiones, de que el dispositivo inventado por Freud y formalizado luego por Lacan como “discurso analítico” funciona y como praxis produce efectos, aun en condiciones aparentemente muy alejadas del contexto en que fue ideado.

Es indudable que la presencia del cuerpo de analista y analizante en un espacio compartido delimitado (“two bodys in the same room” especifica el “Procedural Code”) tiene consecuencias profundas, y más allá de lo perceptible, que condicionan e inciden sobre la posibilidad del intercambio analítico. Es claro, además, que los efectos de esa presencia deberán “entrar en la conversación”, para poder ser abordados, en la instalación y despliegue de la transferencia, necesarios para dirigir una cura. Teniendo siempre presente, claro está (¿está?), que se trata en nuestra praxis del cuerpo de un sujeto hablante (al que Lacan bautizara con el neologismo “parlêtre”), afectado por la palabra en el campo del lenguaje, y que nuestra responsabilidad es siempre impedir que se lo reduzca a un cuerpo-organismo biológico. Esto hace imprescindible que se interroguen significantes como “cuerpo real” o “presencia real”, en toda la complejidad de sus resonancias. Entre otras aquella donde Lacan articula la “presencia real” con el fenómeno de la eucaristía (en el Seminario VIII) como para no quedar prendados en los sentidos comunes de esos significantes que creemos comprender como evidentes.

 En las condiciones actuales, la privación de esa presencia se acompaña de una cantidad de fenómenos observables que los analistas no dejan de destacar: las distintas modalidades con que los analizantes se muestran en el marco de sus pantallas y dan a ver el contexto en que se exhiben, las inquietudes que surgen sobre ser invadidos de maneras intrusivas en espacios hasta entonces fuera del alcance de la percepción del analista.  Algo similar acontece respecto a la escena inusual en que el analista se ve llevado a tener que aparecer, su vivienda, su atuendo, etc.

No se trata de negar estas diferencias evidentes, ni de afirmar que todo transcurre en el análisis como si nada de esto afectara su funcionamiento, sino de constatar que, aun en condiciones tan distintas, algo del psicoanálisis está preservado y funciona: eso que se presenta como un dispositivo reglado de intercambio hablado, en que alguien dice de sí lo que no sabe, dirigiéndolo a un lugar en la transferencia así instaurada desde donde se le puede responder. Cuando esa respuesta toma la forma de una interpretación, cobra un efecto de sorpresa para analizante y analista. Sorpresa a la que el único sujeto en análisis, el analizante, responde con la producción de nuevas asociaciones. Intercambio asimétrico por estructura, por medio del cual el sujeto va modificando su distancia con el inconciente que lo determina. Aquello que le es más íntimo  y a la vez más extrañamente ajeno.

Que este dispositivo se instale y funcione, no es algo que dependa solo, ni siquiera principalmente, de condiciones exteriores al mismo, sino fundamentalmente de que el analista ocupe el lugar que el dispositivo le adjudica en la transferencia. De allí nuestra responsabilidad. Por eso creo que no se trata de sujetarnos a la pureza de preceptos técnicos ni de fascinarnos por la novedad de modificaciones impuestas por las circunstancias. Eric Laurent, parafraseando a Lacan, afirma algo así como que tenemos que saber servirnos de skype para poder prescindir de él.

En la misma línea, acuerdo con Miguel Bassols quien sostiene que si  bien la infección virósica es un fenómeno biológico, la pandemia es un acontecer de orden político, un hecho de discurso, a escala mundial, que instala significantes amo que el discurso analítico debería cuestionar, interrogar, por ejemplo: “distancia social”. Significante que, en nombre del bien de todos, promueve decisiones tendientes a imponer una biopolítica de goce de los cuerpos.

Así, la pandemia que enfrentamos los analistas en nuestra praxis es la que Serge André, quien falleciera en 2003, situó como “la pavorosa prisión del lenguaje unificado y el fantasma estandarizado, en que nos encierra la dictadura del discurso común” (y esa es la peor de las cuarentenas que cotidianamente confinan tanto nuestros desplazamientos como nuestros modos de pensar). A este intento de sumisión religiosa del sentido común, Lacan respondió con su propuesta de “herejía”, en la que resuena su tríptico RSI, en el equívoco de su  pronunciación en francés: “her-es-ie”.

A esta propuesta pandémica permanente de significantes amo, el discurso del análisis ha de responder con cuestionamientos que hagan vacilar el sentido ordenado, promoviendo un giro que histerificando el discurso facilite la entrada en análisis. Es esta vía la que determina que el goce del síntoma “entre en la conversación”.

Creo que la alegría por la satisfacción de constatar que el psicoanálisis funciona, aun en el contexto impuesto tanto por la época como por su pandemia, es algo compartido por muchos colegas y me atrevería a conjeturar que Freud lo sentiría de un modo similar. Pienso que lejos de anatemizar lo acontecido como una desviación de la especificidad de su creación, como le sucediera con Adler o Jung, leería el fenómeno como una confirmación más de la solidez y consistencia de su invención.

Por último me referiré a una experiencia de los inicios de este confinamiento, en los primeros días de abril. Se inició entonces entre muchos colegas una cadena denominada de “intercambio poético” en que se nos proponía enviar un texto, poema o verso que “nos haya afectado en tiempos difíciles”, sin pensarlo demasiado, a un nombre propuesto en una lista inicial, aunque no se conociera al destinatario. De esta manera se lanzaba un intercambio donde luego de enviar el texto solicitado, se recibían una serie de respuestas similares provenientes de los participantes en el juego propuesto.

El ejercicio, colectivo, creativo y estimulante, tal como fuese ideado por sus creadores, provocó en mí, resonancias múltiples. Quiero destacar una que más allá del goce de la lectura suscitado por textos bellos en general, me sumergió en una serie de reflexiones sobre la experiencia del lenguaje en los hablantes y en los analistas en particular. Se desató en principio con la recepción de un texto atribuido a Borges, hermosamente escrito claro está, que no obstante me suscitaba una inquietud no muy precisable que fue aclarándose de a poco: había algo en el texto que hacía dudar que proviniese de la pluma de nuestro poeta mayor. Sobretodo era difícil reconocer el espíritu borgeano en la letra esperanzada y optimista del contenido propuesto por el texto a modo de enseñanza de vida y alejado de la profunda ironía y el humor ácido que suelen ser el sello de autenticidad de las obras de Borges.

Así me vi llevado a pensar que la mención de “tiempos difíciles”, formulada en la propuesta y que seguramente aludía a lo que el confinamiento nos provocaba: incertidumbre sobre nuestro futuro, inquietantes elucubraciones sobre aquello a lo que nos confrontaría el tiempo que nos queda por delante, etc., podría haber influido en la elección de estos textos esperanzados y tranquilizadores por la sabiduría que intentaban instilar en un marco de consideraciones con tintes francamente espirituales sino religiosos.

Luego me pasó algo similar con un texto que me enviaron como de Neruda: “Queda prohibido”. Me ayudó entonces lo sucedido antes con el texto de Borges, ya que mi familiaridad con la poesía de Neruda es bastante más escasa. Me parecía extraño que un poeta se viese llevado a producir ese tipo de textos. Fue entonces que apelando, como en el caso anterior, al saber de nuestra época: Google, encontré la misma clase de respuesta. En ambos casos se trataba de textos que circularon como atribuidos a los poetas mencionados, pero originados en otros autores. Efectivamente, el texto atribuido a Borges provendría de la escritora norteamericana Nadine Stair, que lo habría publicado en 1978 y el adjudicado a Neruda provendría de Alfredo Cuervo Barrero, joven escritor que al publicarlo no habría leído nunca a Neruda.

Recordé entonces lo que ya sabía: la experiencia del lenguaje en la palabra profética es esencialmente distinta a la del poeta. La palabra de un profeta intenta ejercer un poder performativo sobre el futuro, modelándolo en base a una palabra divina que busca generar creencia y convicción en un sentido único que, apuntando al bien de todos funcione como orientación o  guía de vida. El significante “profeta” debería ser atendido, además, en la resonancia del lunfardo porteño que hace eco a las ambiciones académico-pedagógicas de muchos psicoanalistas, por lo que ello podría incidir en su posición a la hora de conducir una cura.

Hace ya muchos años, en un trabajo sobre la interpretación[2], utilicé como epígrafe una frase de Santiago Kovadloff: “Un poeta no es un predicador. No dice cosas importantes. Remite a cosas importantes mediante lo que dice”.[3] Queda claro que la relación con el lenguaje aquí implicada, que debería regir la tarea interpretativa en la praxis psicoanalítica, es fundamentalmente diferente de la anteriormente mencionada, donde la prevalencia del sentido busca producir una fascinación hipnótica.

En su esquema o cuadrípodo de los discursos donde Lacan da cuenta de las distintas relaciones con el lenguaje antes mencionadas, se preserva el lugar de vacío de sentido que impide a cada discurso cerrarse sobre sí, haciendo posible el giro de uno a otro que el discurso del analista debe preservar.

Coherente con esta enseñanza, Colette Soler postula su neologismo: “acteísmo”[4], (condensando acto y ateísmo), para indicarnos que es por la vía de un acto que apunte a lo real, y por tanto fuera del sentido, que ha de formularse una propuesta de final no religiosa para los análisis. La caída del sentido junto con la del saber del Otro que le haría de garante, es consecuencia de un efecto de estructura, y el ateísmo del sujeto no es una cuestión de creencia, no es una profesión de fe o su negación lo que está en juego.

Pienso que así se abre ante nosotros la puerta hacia una ética del deseo que no es la del  bien de todos, no por cierto la de un ideal de salud mental dictado por un psicoanálisis médico y no laico (profano, ateo), puerta que de nosotros depende el mantenerla abierta en un intercambio presencial o virtual según la ocasión, para que cada analizante pueda verse confrontado con la  alternativa de una elección posible pero no prescriptiva. En momentos en que las prescripciones están a la orden del día, la vía singular que el análisis propone se torna cada vez más necesaria.
En cada caso, cada día, cada sesión.



[1] Los exquisitos versos del epígrafe que expresan de manera infinitamente más sutil y sucinta lo que intento reflejar en mi texto, los debo al amigo y psicoanalista Enrique Torres, de Córdoba, que me los envió como parte del ejercicio de intercambio poético que menciono. La versión en español reza: “Cada uno está solo//sobre el corazón de la tierra//atravesado por un rayo de sol. //Y de pronto es la tarde…
[2]La mente es cosa seria la interpretación es un chiste”. En: La misteriosa desaparición de las neurosis, Bs.As. Letra Viva Ed. 1998.
[3] “Señales de la poesía” La Nación 2/8/92.
[4] “Soler, C., El acteísmo analítico”. En Revista de Psicoanálisis, APdeBA. Número sobre: Transmisión y ética (en prensa) mayo de 2020.

Carlos Barredo, psicoanalista. Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires. Argentina.