“Me parece que si la transmisión
no cumple esta tarea de brindar elementos para que uno haga ciertos recorridos,
aporte desde otros lugares y pueda pensar, entonces no hay transmisión, hay
pedagogía. Y la pedagogía es una macana porque lo que hace es obturar el
pensamiento”. Diana Sperling
Hoy
nos encontramos con la necesidad de re-pensar los modelos de transmisión, tanto
en la formación como en nuestra praxis, la cual se vio obligada a un armado
diferente con cierta inmediatez para no desaparecer en el encierro de un
aislamiento forzado.
Fuimos
arrojados a un pensar-otro y con otros frente a un escenario inédito, habilitando la posibilidad de transformación
o quedar en el intento de sostener lo establecido como una estructura
dogmática, encasillada a la estrechez de la sola presencialidad, como única
garantía de transmisión y solidez.
No
hay cambios sin resistencias, no hay cambios si no nos permitimos encontrarnos
en otros contextos más allá del
conocido, si no nos permitimos el encuentro con el “no saber”.
Cómo
analistas en formación y nativos-residentes de un modelo puramente mediado por
lo tecnológico ¿Estaríamos siendo testigos y protagonistas de la implementación
de un modelo bisagra, un “entre” lo que había y lo que inevitablemente se tuvo
que crear para sostener la transmisión
del psicoanálisis?
El
2020 quizás fue el inicio de transitar la formación con un modelo migrante, un
modelo en tensión, dejándose atravesar por estas experiencias.¿Podríamos
considerar esta transmisión como suceso
móvil y flexible que nos convierte en herederos mutantes en nuestro hacer con
capacidad de reformular y relanzar un modelo que goce de lo mestizo?
¿El
psicoanálisis estaría mutando siguiendo las huellas de las sociedades y las
culturas a un nuevo paradigma que pone en jaque lo dado
sin que esto implique una desaparición de aquello que forman los pilares
necesarios de una formación y una praxis psicoanalítica?
¿De
que manera se sostuvo el modelo psicoanalítico y su trasmisión? Los espacios
virtuales fueron un modo casi único de
“estar” con otros, un modo de trasmisión posible del psicoanálisis y de
entramado social que nos daba pertenencia y sostén con otros, sin certezas. El
análisis personal, los seminarios y la
supervisión se mantuvieron a pesar de ciertas variancias, como esto que va
“siendo”, propio de un acontecer donde la complejidad y yuxtaposición, se
hermanan, y que será necesario subjetivar.
La
virtualidad como posible encuentro parece aludir a un espacio no real, es un
lugar-otro, diferente al fáctico, que
será ineludible poder re-significar. A este campo que hoy llamamos virtual, en
otros momentos no le faltaron disidentes y unos pocos adeptos por ser pensado
como una práctica no reconocida por el psicoanálisis. ¿Actualmente, estaremos
asistiendo a un fenómeno en estado de desarrollo, legitimando el uso de la tecnología
como otro medio de encuentro que difiere
del uso del diván o del cara a cara?
Podríamos
pensar en los modelos como un anclaje con ciertas invariancias y variancias,
otorgando consentimiento a los atravesamientos epocales, considerando al movimiento
como invocante del pluralismo, no solo como concepto sino como representante de
un salir al encuentro con lo extranjero. Encuentro con aquello que nos conmueve
y conmueve nuestra práctica y que por momentos nos abruma de tanto exceso que
es necesario acotar para no quedar atrapados en un hacer anodino y de pura
fluctuación.
Y es
aquí donde podríamos pensar el trabajo “con” y “en” la comunidad. Escuchar
otras voces, tonadas y lenguajes que nos
sacan de nuestra propia casa, para arrojarnos a una especie de exogamia
familiar - de aquello conocido, de ciertas perpetuaciones que nos ahorran
temores e incertidumbres. Voces que atraviesan nuestros seminarios actuales y
praxis, no solo en el abordaje comunitario, sino en la extensión territorial
que nos permitió la incorporación de la tecnología.
¿Cómo
tolerar lo distinto, lo incierto, aquello que se nos presenta como puro
acontecer, que “nos agujerea las certezas” citando a un psicoanalista de la
casa Mariano Horenstein.
¿Cómo
legitimar la labor tan ardua que realizan los psicoanalistas al implicarse en
los acontecimientos sociales e institucionales, perteneciendo a su vez, a esta
trama?
Para seguir citando a mis colegas de la casa,
tomo como referencia al grupo que trabajo durante la pandemia bajo el lema “APC
disponible”. ¿Cómo rescatar este lugar del psicoanalista inmerso en la
comunidad y en las instituciones? Pareciera un lugar de frontera y por momentos
de trinchera. Esta labor no puede ser pensada sin el sostenimiento de los lazos
inter-institucionales que permiten dar respuesta a un entramado social que está
en riesgo de perder su trama, de soltarse y de quedar sin las ataduras
necesarias frente al desamparo.
¿Será
el trabajo comunitario y en
instituciones una nueva dimensión que hay que instituir y legitimar en tanto
praxis psicoanalítica ? Lo que quizás no podemos hacer, es decir que no es
psicoanalítico, como nuestras prácticas actuales mediadas por la tecnología y
la virtualidad. ¿Es nuestra “escucha” un instrumento de trabajo nómade al que
podemos apelar en medio de la diversidad contextual?
La dimensión comunitaria, no es acaso una
acción humanitaria-hospitalaria en el decir de J. Derrida. El encuentro con el
sufrimiento del semejante, no es ahí donde el psicoanálisis se reconoce en su
“hacer”. Quizás hay muchas preguntas que requieren ser pensadas para encuadrar
nuestras prácticas y no sentirnos que el abordaje comunitario e institucional
nos convierte en “los parias” del psicoanálisis. Necesitamos esa brújula que nos oriente en la regulación
de la praxis, permitiéndonos establecer alcances y límites en este “hacer”, que
no es un hacer improvisado, sino un montaje que va al encuentro con lo extranjero
“lo otro”.
Carla Tomllenovich - Psicoanalista en formación de APC
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