Introducción
Me propongo en este trabajo intentar hallar
en algunos de los aportes de Bion, quien posee la experiencia de haber
participado tanto en la Primera como en
la Segunda Guerra Mundial, elementos que nos ofrezcan la oportunidad de
transformar en pensamientos la crisis civilizatoria darwiniana del siglo XXI
que estamos atravesando.
Nos hallamos ante la peste de la abundancia
de informaciones y la literalidad de los
acontecimientos que alimentan una curiosidad voraz al servicio
de la arrogancia y la estupidez,
que consideraré desde la perspectiva de la conceptualización de Bion (1957-59),
en el sentido de que no promueven el
conocimiento sino, al contrario, su negación y desmentida.
Pudimos observar este fenómeno en todos los
ámbitos, del político al científico, en los comienzos de esta Pandemia, donde
algunos se atribuyeron la arrogancia de las certezas sobre algo
desconocido, la omnipotencia y su inevitable consecuencia en la estupidez
de las declaraciones y discursos que escuchamos. En efecto, aparecen en referencias dispersas
y alejadas unas de otras, en el discurso, y evidencian la prevalencia de
aspectos psicóticos de la personalidad velados que evidencian un desastre
psicológico.
Como dice Gluksmann (1981) “Si la estupidez
no se diera aires de inteligencia, no engañaría a nadie, y la vanidad de sus
comedias quedaría sin consecuencias” Pero tuvo trágicas consecuencias.
Desarrollo
Estamos ante
una catástrofe, palabra que deriva del griego katastrophe de dimensiones
insospechadas y, podría decirse, sin
precedentes, que permitan contener la fuerza devastadora de sus consecuencias.
Bion (1970) trabajó mucho estos conceptos, y
decía que cuando un hecho nuevo se acerca a la mente de un individuo, un grupo,
un pueblo o de un estado se aproxima una Catástrofe o un Cambio Catastrófico, que podría llegar a ser
un cambio en el sentido de la evolución si ese hecho puede ser albergado para
que evolucione como crecimiento mental.
En épocas de la Peste como la que estamos
viviendo, la posibilidad de transformar la Catástrofe en un Cambio catastrófico
habilita la perspectiva de la esperanza, como decía Pichon Riviere (1971) “en
tiempos de incertidumbre y desesperanza es imprescindible gestar proyectos
colectivos desde donde planificar la esperanza junto a otros”. Es
necesario resistir y soportar la turbulencia, la violencia física y psíquica
que implica la subversión de los valores de lo ya conocido que arrastra esta
especie de Tsunami viral, y no desmentir ni
desconocer sus trágicas consecuencias. Bion (1994) nos decía que hay dos cosas
de las que un analista no puede
olvidarse: “la sociedad en que vive y lo obvio o sea el sentido común” (p. 42).
Esta apocalíptica pandemia de coronavirus
nos ubica frente a nuestra vulnerabilidad,
el miedo, las pulsiones más primitivas que impone el aislamiento, y el
darwinismo de elegir a los que van a vivir en esta crisis sanitaria del siglo
XXI. Nos vemos obligados a atravesar el duelo por lo que ya no podrá ser igual,
y por el hecho de que mucho de lo que antes valía ahora puede no servir y
volverse en contra.
Por ejemplo, el otro empieza a ser alguien
de quien hay que resguardarse, un desconocido temido del que hay que aislarse,
donde incluso los que se consideran amigos pueden transformarse en enemigos, y
lo familiar en siniestro por el peligro del contagio. Se movilizan de esta manera angustias
profundas que irrumpen en el mundo interno
potenciadas por el mundo externo que se ha vuelto atemorizante.
Tratar
de atravesar el corte que provoca esta Pandemia con todo lo conocido, lo
valorado, lo amado y vivenciado como propio de lo humano, nos demanda el coraje
de poder ir aceptando nuestra fragilidad y vulnerabilidad humana, armando
continentes como modelos conjeturales, absolutamente descartables.
De
esa forma, se trata de sostener la invariancia que hay en toda posibilidad de
Cambio en el sentido de la evolución, del crecimiento mental que desde esta perspectiva se apoyaría en la invariancia de la mirada
psicoanalítica, como un continente para pensar lo impensable pese a la
incertidumbre de lo que estamos
viviendo.
Bion (1970) advierte que cuando no se puede
atravesar ese puente a lo desconocido en pos de un cambio catastrófico, o sea
en el sentido de la evolución, que
implica una elaboración de duelos por lo que fue y lo que pudo haber sido y no
fue, es cuando el futuro en vez de estar
lleno de deseos, está lleno de recuerdos y es el pasado el que esta poblado de
deseos. Se produce entonces lo que llama la fusión nostálgica, que no
permite que el futuro esté lleno de deseos, sino que está congelado en los
deseos de un pasado que por supuesto nunca podrán realizarse por lo que el
futuro quedaría lleno de recuerdos y el
pasado lleno de deseos que paralizarían la evolución mental.
La
propuesta podría ser dejar de lado las preconcepciones y prejuicios del pasado
que empañan la mirada hacia lo “por-venir” del porvenir sin desconocer su
profunda gravedad e imprevisibles consecuencias. Tolerar la incertidumbre, la
falta de certezas, y la duda como formas
de preservar la salud mental, aun
y con más urgencia en el medio de la tormenta, que nos enfrenta con lo
impredecible de nuestra fragilidad psíquica, social y política.
Algunas
Conclusiones
Este trabajo trata de hacer una reflexión vinculada al riesgo que implica
la exacerbación de las posicionamientos fanáticos, omnipotentes, arrogantes y la
necesidad de promover la posibilidad de generar afectos e intimidad mediante
los vínculos y los lazos humanos que los acompañan. Sabemos que la presencia del otro, del semejante es fundamental
en el proceso de constitución subjetiva, así como también en las situaciones de crisis y catástrofes que
tanto intimidan y donde aparecen con toda su fuerza las necesidades de apego y
protección, buscando tramas que alberguen
lo público y lo íntimo.
Nos hallamos ante la necesidad
de crear teorizaciones y
prácticas ligadas a lo que la subjetividad y la sociedad presenten, de delinear
modelos conjeturales y descartables, para teorizar y transformar estas nuevas
formas de vincularse. Poder hacer un pasaje del exilio obligado de dejar de
encontrar-nos hacia el éxodo elegido de nuestras propias búsquedas internas para
descubrir nuevas formas de seguir habitando nuestros territorios vinculantes
donde la incertidumbre es una de las formas de lo posible.
Se subraya con mayor evidencia que la existencia del
psicoanálisis dependerá de su capacidad de transformación en un mundo que
cambia y también cómo y en qué dirección nos cambia,
donde las resistencias desde el interior mismo del psicoanálisis pueden impedir
el surgimiento de lo nuevo, aislándolo de otras disciplinas o de la sociedad.
Puede decirse que estamos ante una crisis en
los modos de ser de los psicoanalistas, donde todo o casi todo cambia o puede
llegar a cambiar; pero no con una crisis del psicoanálisis en sí mismo,
sosteniendo la mirada psicoanalítica en
una urdimbre entretejida de esfuerzos que vinculan.
Tratando de que no se aplane la curva de la
subjetividad ya que todos pasamos fácilmente
a ser huéspedes de un virus incontrolable, un número que anula la singularidad, el caso por caso motor de la
dinámica psicoanalítica, donde hasta la
muerte se deshumaniza pasando a ser una
muerte anónima.
Nos encontramos como dice Recalcatti (2020) con un imaginario
que fue colonizado por lo real, y la angustia
por la pérdida no es como en la
depresión clásica, sino que invierte el futuro donde el objeto perdido
es el mundo tal como lo conocíamos hasta ahora. Considero que se subraya de
esta manera el peligro de la arrogancia que niega la existencia
del virus, donde la supuesta celebración de la vida,
paradójicamente, se presenta como una de
las formas de la afirmación de la pulsión de muerte, desmintiendo
la castración y la inevitable
presencia y convivencia con el virus por tiempo indeterminado y su probable
recidiva.
A lo que se agrega el riesgo de que
permanezcan indelebles los duelos, pérdidas y
ansiedades padecidos pero no sentidos en toda su dimensión, que podrían
tener desenlaces imprevisibles para la salud física y mental actual y futura
tanto de los pacientes como de los analistas.
La propuesta sería poder superar nostalgias y añoranzas del pasado y del
presente que impiden que lo obvio de la pandemia nos implique en una ineludible relación de
dolor. Tratar de ir modificando la
angustia en lugar de evitarla mediante la estupidez y la desmentida de este pasaje acelerado desde una
condición de omnipotencia en la ciencia, la política, la economía, a la impotencia
y a un estado de perplejidad difícil de sobrellevar que podría deslizarse
fácilmente hacia la creación de dogmas o ideas
fanáticas que conducen por una senda irreversible.
No hay que
olvidar tampoco que ante
una amenaza frente a la cual no hay fuga posible, puede exacerbarse el
predominio de los aspectos psicóticos de la personalidad – sea de un grupo, de una sociedad, etc. – que
se detectan bajo la forma de elementos dispersos en un discurso referido a la arrogancia y la
estupidez, donde la arrogancia se erige omnipotente en el lugar de la carencia.
Cuando a Hanna Segal (1987) se le pidió su opinión acerca de lo que el
futuro depararía para el psicoanálisis, mantenía la idea de que era fundamental
continuar prestándole atención al poder
de la parte psicótica de la personalidad, tanto en el paciente, como en la
mente del analista y en el mundo socio-político. Decía que “Los psicoanalistas hemos de ser neutrales en nuestro trabajo en el
consultorio, pero no neutralizados por las situaciones sociales”. Apelaba, así,
a la responsabilidad y al compromiso público que tenemos como profesionales y
ciudadanos, en su valioso artículo de
1987 “El silencio es el auténtico crimen”.
Y en este sentido de la interrelación entre
el psicoanálisis y el mundo socio-político, quisiera relatarles un hecho paradójico que
considero que posee una fuerte potencialidad
simbólica. Se trata de una frase de Segal, H. (1991) que fue utilizada en un
ámbito totalmente inesperado y sin que la propia autora tuviera conocimiento de
ello, cuando se lanzó una convocatoria para presentar proyectos para construir
un mural después del ataque terrorista en Nueva York el 11 de septiembre de
2001 pensado para simbolizar la continuidad de la vida después de la
destrucción.
“Es cuando nuestro mundo
interior está destruido,
muerto y carente de amor
y cuando nuestros seres
queridos se vuelven fragmentos
y estamos inmersos en una
indefensa desesperación,
que debemos crear nuestro
mundo otra vez,
juntando nuevamente las
piezas
infundiendo vitalidad a
los fragmentos muertos
para recrear la vida”
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(2007).
Dra. Hilda Cats
PhD
Psicoanalista – APA
Miembro
titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina
Coordinadora del Departamento de Niños y Adolescentes de
la Asociación Psicoanalítica Argentina
"Arminda Aberastury"