“Querían
saber qué clase de peste traían a bordo, cuantos pasajeros venían, cuantos
estaban enfermos, que posibilidades había de nuevos contagios.
El
capitán contestó que solo traían tres pasajeros, y todos tenían el cólera, pero
se mantenían en reclusión estricta.”
García Márquez, El
amor en los tiempos del cólera.
Por estos días se respira con miedo, en las calles te cruzas con un conocido y no lo podés rozar, tocar ni besar. Los encuentros con otros hay que mantenerlos en una distancia óptima, que no incluya contacto. La ciudad se ha vaciado en pocas horas, la amenaza del virus sobrevuela sin bandera que lo identifique, cualquiera puede tenerlo. Los roces se esquivan y alteran a los transeúntes. Los lazos se desenlazan, cada uno en su casa - para preservar/se – como gesto de amor en los tiempos de pandemia. Hay algo raro, el ambiente se respira ominoso, invisible y desconocido.
Nuestra vida cotidiana se ha modificado de un día para otro generando malestares impensados hasta el momento: la convivencia apretadita, la economía que escasea, el temor a quedarse sin lo esencial, nos lleva a una búsqueda desenfrenada de aprovisionamientos eventualmente innecesarios, el temor a que nos pueda faltar algo se convierte en otro contagio.
Lo cierto es que, en situaciones límites, se despliegan una serie de manifestaciones que irían en contra de la cultura. Se pone en evidencia la vulnerabilidad del ser humano y es necesario apelar a la creatividad, en tiempos de la peste, para no sucumbir al terror. La incertidumbre nos despierta extrañas sensaciones en cada uno, que, de acuerdo a las posibilidades de darle significación al acontecimiento, podrán ir demarcando nuevas coordenadas frente a lo incierto del tiempo presente.
Navegamos por aguas turbulentas. La reclusión de la cuarentena nos exige renuncias a los bienestares habituales, los cuales quedan en pausa, postergados o se pierden. La destreza en el equilibrio oscilante de nuestros malestares, implica un desafío para la arquitectura interna de nuestro Yo, ya amenazado frente a la catástrofe que nos atraviesa. La oferta de sensaciones varía de uno a otro: temores y ansiedades se presentan sospechando el peligro. Tolerarlos y darles lugar en su justa medida, para poner en marcha las acciones de cuidado específicas, son imprescindibles para sanarnos.
El espacio del hogar al cabo de unos días se torna incómodo, se manifiestan nuevas versiones de nosotros mismos, inquietados por la parálisis total de actividades. Los dispositivos telefónicos y la red virtual vienen siendo el pasaporte al exterior, la red herramienta de contacto permitida que, funcionando como acompañante y soporte social, nos permite seguir enlazados con otros, mitigándose la sensación de soledad y desamparo al convertirlo en un infortunio compartido.
La voz, la mirada, la escucha, son presencias necesarias que nos ligan para re-inventarnos frente a la imposibilidad de seguir con nuestra hoja de ruta. El aislamiento garantizaría que la vida y el deseo, sigan girando en el porvenir.
Entre los comentarios que circulan en la gente, hay uno que me interesa destacar: después de esto, el mundo: será otro. En tiempos de Pandemia, al igual que del amor, saldremos transformados con la marca de lo nuevo.
Lo invisible se torna ominoso; por lo que conviene por el momento, seguir navegando en el barco con la bandera de la peste en alto.
Patricia de Cara, psicoanalista –
Coordinadora Simposio de la Asociación Psicoanalítica de Córdoba.
Muy bueno Patri!
ResponderEliminarSeguir navegando es amar la vida... A pesar de todo...
Me encanto! muchas gracias y ojalá que el mundo después de esto sea otro.
ResponderEliminarMuy buen artículo y reflexión. Me gustó mucho la narración y el modo de relacionar con la novela de García Marquez. Gracias! Felicitaciones!
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